Del debate político a la descalifación personal

Del debate político a la descalifación personal
Marco Fonseca

El llamado a la Refundación es un llamado a desarrollar una consciencia «teórica» que es creadora de valores históricos e institucionales nuevos, que no existen en la institucionalidad o en las ofertas políticas dominantes del presente en Guatemala, que están oriendados a la fundación de un nuevo Estado y que también responde a proceso y un clamor de carácter transnacional. Es nuestra teorización del Evento interpelador enunciado por #RenunciaYa después del 16 de abril y es nuestra respuesta a la pregunta original que hicimos después de su irrupción ya en abril: ¿Y después qué? Se trata de una propuesta que le es fiel al Evento novedoso de ésta primavera chapina que ha abierto una ventana de oportunidad como no había habido en ya casi los últimos veinte años. Pero también se trata de una llamado audaz encaminado a encender la imaginación de los grupos subalternos que se han convertido en vertientes cruciales de la protesta ciudadana pero que no habían podido visualizar de manera clara una salida desde abajo a la crisis de hegemonía del Estado presente. No es pues una propuesta que niega el trabajo de hormiga, de largo plazo, que ya han hecho algunos sectores progresistas de Guatemala. Pero es un llamado urgente para persuadir a dichos sectores que la hora de demandar lo que nos dicen que es imposible ya ha llegado. ¡Carpe Diem!

Los que nos acusan de «voluntarismo» por hacer el llamado concreto a la Refundación, sin embargo, lo hacen quizás porque ya no tienen argumentos mejores que esgrimir más que la repetición sin fin de argumentos cuestionables, ya no les queda más que hacer que la descalificación personal y ya no pueden pensar la política más que de modo parroquial y unidimensional. Y los que dicen que gente como yo podemos decir todo lo que queremos decir porque lo hacemos desde la comodidad de nuestro escritorio y porque vivimos en el extranjero lo hacen no solo reduciéndose a sí mismos al nivel más bajo y vulgar de la descalificación política personal común entre la gente dogmática, fundamentalista y hasta autoritaria sino también olvidando que las luchas políticas subalternas de Guatemala – como lo atestigua la misma presencia de la CICIG y de un colombiano a su cabeza – tienen hoy en el contexto de la globalización un carácter irrevocablemente transnacional. Pero ésta gente que se esconde detrás de las faldas de lo exclusivamente nacional es la misma gente, «democrática» y «progresista», que dice también estar a favor de darnos el voto a todos/as los/as que estamos en el extranjero siempre y cuando, por supuesto, nos callemos la boca, no critiquemos a nadie (y menos sus planes o programas sagrados) y que nuestra participación no pase de emitir un voto por opciones estructuralmente antidemocráticas. Al parecer no tenemos el derecho de imaginar otro mundo posible o de criticar las viejas y trilladas propuestas políticas de la izquierda chapina.

Pero bueno, en cuanto a la acusación de «voluntarismo» estoy en buena compañía.

Ya en sus días los ortodoxos y proto-estalinistas también acusaron a una gran figura como Gramsci de ser «voluntarista» y «espontaneísta». Cualquiera con conocimiento mínimo de Gramsci sabe bien su respuesta a tal acusación infundada. Pero como hay gente en Guatemala que aunque se jacta de ser «gramsciana» en cuestiones de política lo único que conocen son manuales de segunda mano y formulitas de fácil repetición, aquí va la respuesta de Gramsci en toda su contundencia:

El movimiento torinés fue acusado al mismo tiempo de ser “espontaneísta” y “voluntarista”… La acusación contradictoria muestra, una vez analizada… [que la] dirección no era “abstracta”, no consistía en una repeti­ción mecánica de las fórmulas científicas o teóricas. No confundía la política, la acción real, con la disquisición teorética. Se aplicaba a hombres reales, formados en determinadas relaciones históricas, con determinados sentimientos, modos de concebir, fragmentos de con­cepción del mundo, etc., que resultaban de las combina­ciones “espontáneas” de un determinado ambiente de producción material, con la “casual” aglomeración de elementos sociales dispares. Este elemento de “espontaneidad” no se descuidó, ni menos se despreció: fue educado, orientado, depurado de todo elemento extraño que pudiera corromperlo, para hacerlo homogé­neo, pero de un modo vivo e históricamente eficaz, con la teoría moderna [el marxismo]. Los propios dirigentes hablaban de la “espontaneidad” del movimiento, y era justo que hablaran así: esa afirmación era un estimulan­te, un energético, un elemento de unificación en profun­didad; era ante todo la negación de que se tratara de algo arbitrario, artificial, y no históricamente necesario. Daba a la masa una consciencia “teórica” de creadora de valores históricos e institucionales, de fundadora de Estados. Esta unidad de la “espontaneidad” y la “dirección consciente”, o sea, de la “disciplina”, es precisamente la acción política real de las clases subal­ternas”. (Fuente: Antonio Gramsci, Antología, M Sacristán (Ed), siglo XXI, México 1970, pp. 310-311).

Repitamos: Pensar como pensamos le da «a la masa una consciencia «teórica» de creadora de valores históricos e institucionales, DE FUNDADORA DE ESTADOS. Esta unidad de la «espontaneidad» y la «dirección consciente», o sea, de la «disciplina», es precisamente la ACCIÓN POLÍTICA REAL DE LAS CLASES SUBALTERNAS». Pues si eso es «voluntarismo», soy culpable.

Pero no olvidemos que en Guatemala la acusación de «voluntarismo» la solían hacer los dirigentes vitalicios y ortodoxos de la vieja guerrilla y sus seguidores sicofantes en contra de toda la gente que demandaba un proceso de creación de voluntad común, un proceso refundador que fuera más participativo, más democratico y más directo para diseñar las estrategias de lucha. Eso le faltó a las negociaciones de paz. Eso ha cambiado solo un poco con la organización de la izquierda mas recientemente, pero solo un poco. Porque me temo que en Guate esa gente de razón dogmática sigue ejercienco su control indebido, como si fueran secerdotes de la estrategia correcta, dentro de la izquierda partidista, haciendo sus programas políticos entre la cúpula para luego bajarlos a la militancia para su «socialización» y «aprobación» en congresos de resultados ya sabidos. Y hay gente mas jóven que ya aprendió muy bien la costumbrita de descalificar a nivel personal a aquellos que criticamos no solo esos procedimientos sino la falta de voluntad y claridad para darse cuenta que, como ocurre con los eventos históricos imprevistos, el cambio de coyuntura política a veces demanda un cambio serio de actitud y de dirección.

¿Cómo no va a estar dividida la izquierda partidaria, relegada a la marginalidad y prácticamente al olvido?

Vamos patria hacia la #RefundaciónYa

Marco Fonseca es Doctor en Filosofía Política y Estudios Latinoamericanos por parte de la York University. Actualmente es profesor adjunto en el Departamento de Estudios Internacionales de Glendon College, York University.

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