En esta segunda entrega sobre los dilemas de la reforma política del sistema político en Guatemala, recapitulo mi posición acerca de la reforma política democrática: ésta debería estar orientada a la refundación de la República, del Estado y la Democracia, tal como ya se insinuó en la primera parte2, a partir de una transformación de las desiguales relaciones de poder vigentes en el país. Que el mecanismo idóneo para hacerlo sería mediante una Asamblea Nacional Constituyente (ANC), puesto que la de 1984 habría sido una ANC contrarrevolucionaria.
Desde mi punto de mira, la ANC es la única herramienta legítima para hacer valer la soberanía del pueblo para re-legitimar su democracia y mejorarla. Pero sobre el asunto de la ANC hay, en apariencia, tres clases de oposiciones a la misma.
- Las que se oponen por principio. Su razonamiento sería este: La ANC de 1984 fue buena porque estaba controlada, pero una ANC realizada en democracia no se podría garantizar nada.
- Semejante a lo anterior, pero sin oponerse por principio, están quienes ven válida una ANC, sí y solo sí, se ajusta al candado previsto en la actual Constitución: de solamente discutir una pequeña porción de la misma.En ambas posiciones persiste, en el fondo, un temor a la soberanía popular.
- Una tercera posición sostiene lo siguiente: La ANC es el camino correcto pero no por ahora, pues la izquierda está débil, por lo que la derecha y el Bloque Histórico harían y desharían a su antojo con la actual Constitución. [Es la misma voz que dice «“la correlación de fuerzas no es favorable ni el momento, los Acuerdos de Paz son primero”».]
Siendo esta última la oposición más común, debo reconocer que se trata de un razonamiento que exhibe una lógica política realista pero inconsecuente, porque si el convencimiento de que la ANC es la demanda más democrática y revolucionaria para enfrentar la actual crisis general del sistema, entonces lo que correspondería sería el diseño de una estrategia que permitiera llegar a dicha meta con una correlación de fuerzas favorable a los intereses de los sectores subalternos. De eso se trata: que antes, durante y después de una ANC, todas las fuerzas sociopolíticas democráticas de este país hagan valer sus intereses y puntos de vista para lograr dar el salto que el país requiere. Por otro lado, y al mismo tiempo, los estrategas del cambio deben realizar una labor permanente de pedagogía política de la ciudadanía y clarificar los escenarios posibles que se desatarían si la realidad de una ANC llegara a concretarse, a efecto de evitar regresiones políticas o intervenciones extranjeras.
La tradición revolucionaria ha reducido, entonces, el acto constante de refundación de la soberanía popular al acto uno de legislación total a partir de la cual se plantea garantizar los derechos colectivos sociales – no necesariamente los derechos civiles – de una coalición de clases, o de una clase social en particular, en el contexto del Estado nacional y entendida de manera estratégica, es decir, como un acto de legislación para conseguir otros fines por encima y mas allá del reconocimiento democrático mutuo, particularmente fines sociales. Es en estos términos que la izquierda tradicional conmemora y perpetúa la idea de la Revolución de Octubre, y es en esos términos nobles que la misma también plan- tea la reconstrucción del sueño revolucionario en la hora contemporánea.
Vamos patria hacia la #RefundaciónYa
Marco Fonseca es Doctor en Filosofía Política y Estudios Latinoamericanos por parte de la York University. Actualmente es instructor en el Departamento de Estudios Internacionales de Glendon College, York University.
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