«Tanto la relación entre A y no A como entre A y B implican un vínculo entre identidades plenas, que no se modifican por la presencia de su otro término, pero ”en el caso del antagonismo la presencia del Otro me impide ser yo mismo” (Laclau y Mouffe, [1985] 2004, p. 168). He aquí el segundo desplazamiento, el antagonismo como una interrupción de la identidad. El antagonismo estará allí en el lugar de la negación de una identidad, y como en la fase actual del capitalismo se asiste a una pluralidad de identidades, aquél puede surgir en diferentes nodos de la dominación social, los nuevos movimiento sociales pueden ser una prueba de ello.»
«El capitalismo contemporáneo genera todo tipo de desequilibrios y áreas críticas: crisis ecológicas, marginalidad y desempleo, desniveles en el desarrollo de diferentes sectores de la economía, explotación imperialista, etc. Eso significa que los puntos antagónicos van a ser múltiples y que cualquier construcción de una subjetividad popular tendrá que comenzar a partir de esa heterogeneidad. Ninguna limitación basada en una estrecha noción de clase servirá a esos efectos» (Laclau, «Por qué construir un pueblo es la tarea principal de la política radical?», Cuadernos del Cendes, 23 (62), Universidad Central de Venezuela, pp.1–36p. p. 25).
«Este es el motivo por el cual la lucha de todo grupo que intenta afirmar su identidad en un contexto hostil está siempre confrontada por dos peligros, opuestos pero simétricos, respecto a los cuales no hay ninguna solución lógica, ninguna cuadratura del círculo, sino intentos precarios y contingentes de mediación. Si el grupo intenta afirmar su identidad tal como ella es al presente, dado que su localización en el seno de la comunidad en su conjunto se define por el sistema de exclusiones dictado por los grupos dominantes, se condena a sí mismo a la perpetua existencia marginal de un gueto. Sus valores culturales pueden ser fácilmente recuperados como “folklore” por el orden establecido. Si, por el otro lado, lucha por cambiar esta localización y por romper con su situación de marginalidad, tiene en tal caso que abrirse a una pluralidad de iniciativas políticas que lo llevan más allá de los límites que definen su identidad presente – por ejemplo, luchas en el seno de las instituciones. Como estas instituciones están, sin embargo, moldeadas ideológica y culturalmente por los grupos dominantes, el peligro es que se pierda la identidad diferencial del grupo que está en lucha. El que los nuevos grupos logren transformar las instituciones, o que la lógica de las instituciones consiga diluir – a través de la cooptación – la identidad de los grupos es algo que, desde luego, no está decidido de antemano y depende de una lucha hegemónica. Pero lo que es cierto es que no hay ningún cambio histórico importante en el que la identidad de todas las fuerzas intervinientes no seatransformada. No hay posibilidad de victoria en términos de una autenticidad cultu-ral ya adquirida. La comprensión creciente de este hecho explica la centralidad del concepto de “hibridización” en los debates contemporáneos» (Laclau, «Sujeto de la política, política del sujeto», Nombre Falso, Argentina, 13 p.)
«Esta contingencia es central para entender lo que es quizás el rasgo más prominente de la política contemporánea: el reconocimiento pleno del carácter limitado y fragmentario de los agentes históricos. La modernidad comenzó con la aspiración a un actor histórico ilimitado, que se-ría capaz de asegurar la plenitud de un orden social perfectamente instituido. Cualquiera fuera la ruta que condujera a esta plenitud -una “ma-no invisible” que unificara una multiplicidad de voluntades individuales dispersas, o una clase universal que asegurara un sistema transparente y racional de relaciones sociales- siempre implicó que los agentes de esa transformación histórica serían capaces de vencer todo particularismo y toda limitación e instituir una sociedad reconciliada consigo misma. Esto es lo que un verdadero universalismo significó para la modernidad. El punto de partida de las luchas sociales y políticas contemporáneas es, por el contrario, el poner énfasis en su particularidad, la convicción de que ninguna de estas luchas es capaz, por sí misma, de realizar la plenitud del orden comunitario. Pero es precisamente por esto que, según hemos visto, esta particularidad no puede ser construida a través de una pura “política de la diferencia” sino que tiene que apelar, como condición misma de su constitución, a principios universales. La cuestión que surge entonces es hasta qué punto esta universalidad es la misma que la universalidad de la modernidad o en qué medida la idea misma de una plenitud del orden social experimenta, en este nuevo clima político e intelectual, una radical mutación que – manteniendo la doble referencia a lo universal y lo particular – transforma enteramente la lógica de su articulación.» (Laclau, «Sujeto de la política, política del sujeto»).
Marco Fonseca es Doctor en Filosofía Política y Estudios Latinoamericanos por parte de la York University. Actualmente es instructor en el Departamento de Estudios Internacionales de Glendon College, York University. Su libro más reciente se titula «Gramsci’s Critique of Civil Society. Towards a New Concept of Hegemony» (https://goo.gl/Oeh4dG).
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