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¿Sujetos políticos después del giro lingüístico y el pos-estructuralismo?

¿Sujetos políticos después del giro lingüístico y el pos-estructuralismo?
Marco Fonseca

El giro lingüístico en filosofía política ya había hecho del lenguaje de «sujetos» y subjetividad política e ideológica algo obsoleto. Como lo pone José Luis López de Lizaga, «la filosofía del lenguaje» ofrece muchas ventajas no solo filosóficas sino también prácticas por sobre «el paradigma de la filosofía de la conciencia en relación con el problema clásico de la intersubjetividad» (ver https://goo.gl/Idfyms). Durante mi trabajo doctoral en los 90s, y siguiendo de cerca la respuesta de Habermas al giro lingüístico en filosofía así como su «actualización» y crítica de la primera Escuela de Francfurt (así como  también incorporando mucho trabajo de sus intérpretes incluyendo a Seyla Benhabib, Axel Honneth, Osvaldo Guariglia, José Antonio Gimbernat, etc.) (ver http://goo.gl/9lC53), pensé que era preciso abandonar por completo el paradigma de la filosofía del sujeto/conciencia (que también había regido todo el pensamiento marxista-leninista y revolucionario en Guatemala hasta los 80s) a favor de una paradigma más crítico y discursivo no solo del lenguaje sino también de la praxis. Ya en mi libro «Entre la comunidad y la república» (2004), cuando estaba pensando sobre las implicaciones del giro lingüístico en filosofía política y el análisis histórico y político concreto, con ayuda de Habermas, había pues planteado lo siguiente:

«Tanto la nueva ciudadanía como las opciones partidarias “progresistas” tienen que hacer de la esfera pública, y no solo de la carrera electoral, la arena ineludible y necesaria de la contienda cultural y política del presente momento. Esto es, de suyo, un desafío de enormes proporciones y con implicaciones profundas. Hay que recordar que, como la ha descrito Habermas, entre otra gente, la esfera pública está compuesta por una red abierta e inclusiva de espacios públicos subculturales solapados y entrecruzados, una especie de “complejo salvaje que no se deja organizar en conjunto.” El carácter altamente contingente, auto-limitado y anti-totalizante de la esfera pública demanda, así, un paradigma de accionar político que le de prioridad a los procedimientos y los lenguajes que faciliten una práctica de autodeterminación ciudadana basada, no en estrategias mercantiles, patrimoniales o ilimitadas, sino en el diálogo abierto, inclusivo y tolerante. No solo implica esto que la mercadotecnia puede resultar contraproducente cuando se la aplica a la esfera pública sino que la misma es, por definición, anti-democrática. Solo sobre esta base, una base que está orientada a la superación de las cadenas milenarias y los atavíos orgánicos de la estratificación social y la explotación social así como las estrategias tradicionales de organización cultural y política, se puede desarrollar adecuadamente un pluralismo cultural y político capaz de funcionar conforme a su propia lógica y capaz de orientar la opinión pública hacia el avance de la transición. No es que los conflictos culturales y políticos desaparezcan de la esfera pública para dar lugar a la armonía electoral y la siempre añorada “unidad” política. Al contrario, los conflictos éticos de base se tornan productivos y generadores de nuevos significados y sentido cuando se los inserta en los discursos morales y estrategias argumentativas que circulan en una esfera pública abierta, pluralista y tolerante. Desde este punto de vista, entonces, la cuestión de la sociedad civil, particularmente los procesos deliberativos de formación de identidad, autonomía y legitimidad que constituyen su esencia, adquiere muchísima urgencia y se orienta hacia una dimensión normativa de validez que, de tener éxito, conduce a nuevas formas de solidaridad entre extraños que “hacen renuncia a la violencia pero que, no por ello, renuncian a su derecho de permanecer extraños los/as unos/as de los/as otros/as.” Esto es, precisamente, el contenido normativo necesario y mínimo de un Estado democrático de derecho.» p. 74-75.

Lo de arriba, por razones de enfoque teórico, constituye una elaboración de la crítica al «sujeto» que elaboran mi tesis doctoral (pp. 87ss). Pero lo de arriba, como es obvio, no toma en cuenta la crítica radical al sujeto que encontramos en la Escuela de Francfurt temprana (Adorno) o en el pos-estructuralismo articulada, sobre todo, por Foucault (ver http://wp.me/p6sBvp-iU). Y tampoco, todavía en ese momento, entra a considerar la crítica al sujeto hecha en Latinoamérica por pensadores como León Rozitchner. Mi propio trabajo reciente, también, ha dejado por detrás elementos centrales del marco teórico de la ética discursiva de Habermas para concentrarme más en la filosofía de la praxis de Gramsci y sus implicaciones para una ética de la liberación. En cualquier caso, todo retorno serio a los/as clásicos, y para mi ello significa sobre todo Hegel y Gramsci (y por medio así como mediador de ellos Marx), no puede dejar por un lado los avances teóricos y prácticos que se han hecho en todo el último siglo (ver http://wp.me/p6sBvp-e3). Mi propio retorno a Gramsci, de hecho, los toma como supuesto y punto de partida.

Marco Fonseca es Doctor en Filosofía Política y Estudios Latinoamericanos por parte de la York University. Actualmente es instructor en el Departamento de Estudios Internacionales de Glendon College, York University. Su libro más reciente se titula «Gramsci’s Critique of Civil Society. Towards a New Concept of Hegemony» (https://goo.gl/Oeh4dG).

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