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Minifiesto del terror

Minifiesto del terror
Marco Fonseca

La evaluación que de la burguesía hizo Marx en el Manifiesto sigue siendo válida de una manera contradictoria y desigual.

«En el siglo corto que lleva de existencia como clase soberana, la burguesía ha creado energías productivas mucho más grandiosas y colosales que todas las pasadas generaciones juntas.» De ahí vienen los avances tecnológicos – «el rápido perfeccionamiento de todos los medios de producción, con las facilidades increíbles de su red de comunicaciones» – que hacen posible no solo la comunicación entre nosotros/as «los salvajes» que estamos teniendo sino la alienación virtual en la que también se encuentran sumidas y capturadas las masas desposeídas del planeta.

Es cierto que «Entre los lamentos de los reaccionarios [la burguesía] destruye los cimientos nacionales de la industria. Las viejas industrias nacionales se vienen a tierra, arrolladas por otras nuevas, cuya instauración es problema vital para todas las naciones», es la globalización del capitalismo en su fase neoliberal, desposseedora y extractivista, algo que en su forma actual le hubiera parecido a Marx un sueño extraído directamente de la cabeza de Dr. Seuss. Pero de ahí también viene el cambio climático y la crisis planetaria que, seguramente, crearán un planeta que nuestros/as hijos/as no podrán reconocer como el planeta de sus ancestros.

Lo peor, quizás, que ha hecho el nihilismo burgués – a pesar de haber también reconstruido sobre bases fundamentalistas las experiencias religiosas, cristianas, de la modernidad a pesar de que la «burguesía despojó de su halo de santidad todo lo que antes se tenía por venerable y digno de piadoso acontecimiento» – es construir un mundo donde la transvaluación de los valores se ha tornado radical y autopoietica, una sociedad del espectáculo, del hedonismo banal y del «yo» supremo, donde «la producción y el consumo de todos los países» no solo adquiere – como lo anticipó Marx – «un sello cosmopolita» sino que, de hecho, adquiere el número de la bestia misma, es decir, se vuelve en un fin metafísico y virtual explicado y conducido por sí mismo que depende precisamente del vaciamiento existencial del mercado y el consumo incesante y desenfrenado. En este mundo el sacrificio del planeta se entiende como «prosperidad» y la muerte de millones de gentes excluidas se reduce a los simples «desafíos del desarrollo».

En ese proceso, la burguesía todavía sigue «sometiendo el campo al imperio de la ciudad», creando «ciudades enormes» y ciudades modelo, «intensificando la población urbana en una fuerte proporción respecto a la campesina» y arrancando a una parte considerable de la gente del campo» y hechándoles al remolino de la migración «ilegal», el refugio infrahumano y el racismo y su guetoización en ciudades del mundo rico y «civilizado». Y del mismo modo que somete el campo a la ciudad, somete los pueblos «bárbaros y semibárbaros» – musulmanes, árabes, africanos, indígenas – a las «naciones civilizadas», somete los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, «el Oriente al Occidente». El sometimiento se ha vuelto global.

Es cierto que la burguesía ha «conquistado la hegemonía política» ha creado «el moderno Estado representativo», con su imperio de la ley, su democracia electoral y sus derechos humanos, es cierto que también ha creado un mundo donde «las limitaciones y peculiaridades del carácter nacional van pasando a segundo plano, y las literaturas locales y nacionales confluyen todas en una literatura universal», pero hoy también es el mundo de Trump y Le Pen, Jimmy Morales y Mauricio Macri, un neoconservadurismo, un fascismo neoliberal que ni el mismo Marx pudo anticipar incluso bajo el efecto de alcohol u otros estimulantes mentales.

Creo que sigue siendo cierto que «La burguesía no puede existir si no es revolucionando incesantemente los instrumentos de la producción, que tanto vale decir el sistema todo de la producción, y con él todo el régimen social». Escribo esto en una computadora Mac, con un iPhone a mi par, rodeado de televisores transmitiendo noticias de todo el mundo incluyendo noticias de «ataques terrotistas», posibles terremotos, el colapso de los polos y la tala de los bosques. Pero todo este poder terrorista ahora choca directamente con el metabolismo del planeta, la misma existencia humana y natural… el colapso planetario y psicológico es intolerable y en ciertas formas inminente. Hoy más que nunca «Todo lo que se creía permanente y perenne se esfuma, lo santo es profanado, y, al fin, el hombre [sic] se ve constreñido, por la fuerza de las cosas, a contemplar con mirada fría su vida y sus relaciones con los demás».

Y lo que contemplamos es terroroso.

Pesimismo de la razón. Optimismo de la voluntad.

Marco Fonseca es Doctor en Filosofía Política y Estudios Latinoamericanos por parte de la York University. Actualmente es instructor en el Departamento de Estudios Internacionales de Glendon College, York University. Su libro más reciente se titula «Gramsci’s Critique of Civil Society. Towards a New Concept of Hegemony» (https://goo.gl/Oeh4dG).

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