Luchemos contra la restauración termidoriana

Luchemos contra la restauración termidoriana

Marco Fonseca

A Philip Chicola solo ahora a principios de 2017 se le ocurre, en parte por su lectura del pensador liberal francés del siglo XIX Alexis de Tocqueville, particularmente su bien conocido texto El Antiguo Régimen y la Revolución, que lo que se ha dado en Guatemala desde la crisis de 2015 hasta la llegada de JM y el FCN-Nacion al poder y las luchas que se estan dando en la presente coyuntura (ej. las reformas constitucionales) constituyen, potencialmente, una restauración conservadora termidoriana. Él concluye, por ejemplo:

«Entre abril del 2015 y el 2016, se produjo el primer esfuerzo por destruir el “Antiguo Régimen”, vía la depuración judicial del Ejecutivo, de varios diputados al Congreso y las mismas Cortes, además de una primera generación de reformas como la Ley de Contrataciones, la SAT, la Ley Electoral y de Partidos Políticos y el Régimen Interior del Congreso. Sin embargo, hacia mediados del 2016 se vivió la fractura de la transformación, particularmente como consecuencia del debate sobre Reformas Constitucionales. De esa fractura, hoy vivimos la fase del pulso de poder. El resultado termidoriano dependerá entonces de las coaliciones que surjan en este pulso. Radicales, moderados y reaccionarios en disputa por el futuro del país.» (Ver http://elperiodico.com.gt/?p=112207).

Un problema en la lectura que Chicola hace de de Tocqueville, particularmente de su libro ya citado, es que deja en el olvido sus atisbos más penetrantes. Por ejemplo, para entender las profundidades de una historia política y sus giros inesperados, es preciso ahondar en la discusión de tal modo que las cosas no se queden con las personalidades y los eventos del día. Como escribe de Tocqueville mismo:

«Creemos conocer muy bien la sociedad francesa de aquella época porque vemos claramente cuánto brillaba en su superficie, porque conocemos hasta en los detalles más particulares la historia de sus más célebres personajes y porque críticos geniales y elocuentes nos han hecho completamente familiares las obras de los grandes escritores que la ilustraron. Pero acerca de cómo eran conducidas las acciones, acerca de la verdadera práctica de las instituciones, acerca de la posición exacta de unas clases respecto a las otras, acerca de la condición y los sentimientos de aquellas que aún no habían logrado hacerse escuchar ni ver, acerca del fondo mismo de las opiniones y de las costumbres, tenemos sólo ideas confusas y a menudo llenas de errores» (énfasis agregado).

En efecto, cuando comentaristas hablan de la coyuntura política en Guatemala, generalmente no tienen la menor idea – ni les interesa – «acerca de la posición exacta de unas clases respecto a las otrasacerca de la condición y los sentimientos de aquellas que aún no habían logrado hacerse escuchar ni veracerca del fondo mismo de las opiniones y de las costumbres, tenemos sólo ideas confusas y a menudo llenas de errores». Pues bien, para entender la política termidoriana, es preciso entender lo que está por debajo de los eventos cotidianos y las declaraciones de prensa.

Claro, y esto tiene que estar bien claro, el objetivo de una restauración conservadora y neoliberal no es «romper el antiguo régimen» como lo presenta o entiende Chicola y el cacifismo en Guatemala. Al contrario, se trata de restaurar dicho régimen político (Const. del 85) y neoliberal – «la posición exacta de unas clases respecto a las otras» – por medio de una alianza entre el aparato de seguridad del Estado y las elites empresariales extractivistas (incluyendo las que prestan seguridad a las mismas) que necesitan de dicha seguridad, entre otras cosas, para «pacificar» la llamada (por el PNUD y Torres-Rivas) «conflictividad social» desatada por la acumulación de capital desposeedora y extractivista.

Para «pacificar» la «conflictividad social», por supuesto, se requiere  de restaurar el proyecto hegemónico militar-empresarial a nivel del sentido común en las comunidades (desde el gobierno plurinacional hasta 48 Cantones) y hasta donde sea posible entre los movimientos sociales más radicales y contestatarios (CODECA, Waqib Kej, CPO) y los colectivos urbanos rizomáticos que surgieron en 2015 – «la condición y los sentimientos de aquellas que aún no habían logrado hacerse escuchar ni veracerca del fondo mismo de las opiniones y de las costumbres» – a efecto de lograr que participen en procesos de «diálogo» o «reforma» (ejemplo, reformas al sector justicia) y con ello  reencauzar y normalizar el modelo de acumulación neoliberal y extractivista después de la sacudida institucional al mismo en 2015. Hasta hoy, la restauración ha logrado influir en ciertas comunidades y ha logrado persuadir a ciertos colectivos urbanos de que «sí se pueden hacer las reformas que necesita el país». De allí, pues, la participación subalterna de algunos de estos grupos y sus representantes en las instancias y los espacios de «diálogo» abiertos ya sea directamente por la restauración conservadora y neoliberal o por medio de la «oposición» (ejemplo: algunas cosas que hizo Taracena en 2016) y la sociedad civil permitida.

La restauración surge de un imperativo político y económico urgente. El Evento del año de 2015 sí se trató – más allá de los argumentos sin sentido de Mario Roberto Morales – de acabar con la excepcionalidad histórica del gobierno altamente criminal de OPM y el PP en donde la normalidad de la corrupción tanto pública como privada, desde los días de Cerezo hasta los días de Colom, quedó no solo revelada como algo grotescamente exagerado por ese régimen sino que también como algo endémico a la cooptación privada del Estado. Contrario a las apariencias, más allá de «los detalles más particulares [de] la historia de sus más célebres personajes» con los que se queda Chicola y la mayoría de comentaristas políticos de Guatemala, fue esa cooptación privada, cacifista y transnacional del Estado la que había que restaurar a su generalizada normalidad.

No fue solo las revelaciones de la CICIG o la presión de La Embajada lo que eventualmente llevó al derrumbe del gobierno criminal de OPM. El derrumbe de ese régimen fue también producto del desarrollo y creciente radicalización de la protesta ciudadana, con el envolvimiento de los colectivos urbanos nuevos y rizomáticos y con la participación creciente de los movimientos sociales organizados desde abajo, que, para no arriesgar al Estado como un todo, era preciso desactivar y pacificar con un discurso reformista ya sea del cacifismo, del extremo centrismo o de la restauración conservadora. Por ello, «acerca de cómo eran conducidas las acciones, acerca de la verdadera práctica de las instituciones», nada se dice en los comentarios regulares de Chicola ni tampoco, por razones ideológicas y políticas, ya no digamos auto-interés económico, puede figurar en ellos un analisis de «la condición y los sentimientos de aquellas que aún no habían logrado hacerse escuchar ni veracerca del fondo mismo de las opiniones y de las costumbres». Menos aún, por supuesto, el hecho de que lo que se desató en el 2015 no fue una simple «crisis de legitimidad» del Estado (menos aún lo que otros/as comentaristas llaman, precisamente para evitar un lenguaje más crítico, una «crisis de estatalidad») sino que fue una crisis de hegemonía.

Quisiera ofrecer de nuevo un blog que escribí ya en julio de 2015, titulado «Luchemos contra el Termidor chapín», escrito en medio de la crisis que se había desatado en ese momento, como punto de comparación no solo analítico sino que también político e ideológico (ver http://wp.me/p6sBvp-i). Ah, esa costumbre de escribir columnas de prensa como si nadie, nunca, hubiera dicho lo mismo, quizás de mejor manera y quizás también de modo más crítico y profundo. Claro, eso es parte de vivir en el charco ideológico e intrínsecamente termidoriano de la prensa chapina donde el renacuajo domina como si fuera un tiburón.

Por cierto, una de las fuentes teóricas que he utilizado para armar algunas reflexiones en torno a la restauración termidoriana en Guatemala es el pensamiento constitucional crítico de gente como Gerardo Pisarello, particularmente su pequeño pero muy estimulante libro «Un largo Termidor. Historia y crítica del constitucionalismo antidemocrático» (ver https://goo.gl/0xVRbk).

Vamos patria hacia la #RefundaciónYa desde abajo, democrática y rupturista

Marco Fonseca es Doctor en Filosofía Política y Estudios Latinoamericanos por parte de la York University. Actualmente es instructor en el Departamento de Estudios Internacionales de Glendon College, York University. Su libro más reciente se titula «Gramsci’s Critique of Civil Society. Towards a New Concept of Hegemony» (https://goo.gl/Oeh4dG).

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