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El reformismo de izquierda contribuye a la restauración de derecha. Necesitamos algo más

El reformismo de “izquierda” contribuye a la restauración de derecha. Necesitamos algo más

Lo que la izquierda partidista en el Congreso así como los “grupos de interés” que la apoyan deben reconocer en la coyuntura presente es que todas las iniciativas con cierto carácter progresista (Ley de Desarrollo Rural Integral, Ley de Juventud, Ley de Medios de Comunicación Comunitaria), ya sea que pasen con enmiendas reaccionarias del cacifismo o sin las mismas, vienen a formar parte de un proceso legitimador de las instituciones existentes (un proceso de concesiones a los grupos subalternos) y por ello es que forman parte de un proceso que fortalece no solo la restauración con “reformas” sino el proceso de hegemonía mismo. Y, por otro lado, aunque estas iniciativas representen en alguna medida una recuperación o continuación de la agenda de los Acuerdos de Paz y, como tales, “fortalezcan” derechos colectivos e indígenas, tal continuidad se da dentro del contexto del neoliberalismo globalizador implantado en Guatemala que a su vez –y por sus propias normas e ideología inmanente diseminada incluso en comunidades indígenas por múltiples aparatos ideológicos e instancias educativas ligadas a la “promoción democrática” del sector privado y las fundaciones privadas– debilita, diluye y trivializa esos derechos colectivos –así como todos los otros derechos civiles y políticos que definen a la poliarquía excepto los que protegen el individualismo posesivo. El caso del Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo sobre pueblos indígenas y tribales que provee todo sobre consultas comunitarias, oficialmente reconocido por Guatemala, ilustra lo que hace el proceso de globalización neoliberal por medio de TLC y su negación efectiva del control democrático por parte de las comunidades y pueblos afectados o de órganos del Estado con algún interés en velar por su cumplimiento.

Hay que reconocer adentro y fuera del Congreso que todo el proceso mayor de neoliberalización que está transformando a Guatemala desde la subjetividad de la gente misma está gobernado no por dinámicas democráticas participativas y protagónicas o por procesos legislativos –por viciados y corruptos que los mismos sean– sino por los mecanismos anónimos y privatizadores del modelo “democrático” representativo realmente existente y por el proceso de globalización neoliberal expresado en grandes TLC negociados en secreto por gobiernos y transnacionales y luego ratificados de modo rutinario por “los representantes del pueblo”. Por tanto, si el Congreso como un todo –pues eso no se puede dar por medio de bancadas aisladas y mucho menos minoritarias y sin incidencia real en sus procesos- logra aunque sea de manera diluida o, por tantas enmiendas a la ley inmanentemente desactivada, intervenir en la “Constitución política capitalista” y pasar alguna ley por aquí o por allá, ello no puede hacer nada más que tratar de amortiguar el shock que necesariamente conlleva el más comprehensivo proceso de la acumulación capitalista extractiva y desposeedora que está avanzado inexorablemente y transformando radicalmente los fundamentos de lo que es Guatemala. Decir lo contrario es ofrecer esperanzas falsas.

Las ocasiones históricas en que dicha Constitución política capitalista y sus instrumentos legales supra-nacionales como CAFTA-DR ha sido activamente cuestionada por las luchas de los movimientos sociales y ciudadanos han sido raras en Guatemala. El ejemplo más claro y vívido que tenemos de un esfuerzo real por cambiar el modo de producción dentro de Guatemala así como su modo de inserción en la economía mundial sigue siendo el Decreto 900 promulgado por un Congreso realmente refundador en 1952. Eso hace rato que no pasa en Guatemala. Como pudimos observar en el transcurso de la protesta ciudadana en 2015, ni siquiera la protesta ciudadana que dio lugar al enormemente significativo Evento de #RenunciaYa llegó a cuestionar ya sea el capitalismo extractivo y desposeedor o el orden político que lo ha legitimado y que fue establecido en 1985. En otras palabras, la “ideología de la democracia burguesa es mucho más potente que la de cualquier reformismo del bienestar [dentro del Congreso], y constituye la sintaxis permanente del consenso inculcado por el Estado capitalista” (Anderson).

Asistimos hoy, pues, a la coyuntura de la restauración no solo del poder de los viejos partidos dominantes (en el caso del FCN, incluso, de la vieja derecha militarista) o del poder de la elites económicas de Guatemala sino que, de hecho, del proceso de neoliberalización mismo. Todo esto fue claramente anticipado y advertido desde la conclusión del Evento y la realización de elecciones generales en condiciones en las que nunca debieron realizarse. En la coyuntura presente surge de nuevo, en clave de Gramsci, la “necesidad de una preparación ideológica de la masa” ciudadana y las mayorías sociales tanto indígenas como no indígenas (Gramsci).

NOTA: El text de arriba es solo un extracto de un trabajo más amplio, publicado en febrero de 2016, y titulado «¿Qué hacer? Ideas gramscianas para una coyuntura de restauración» disponible en versión impresa (https://wp.me/p6sBvp-qZ) y versión digital (https://wp.me/p6sBvp-fd).

Vamos Guatemala hacia la #RefundaciónYa desde abajo, democrática y rupturista

Marco Fonseca es Doctor en Filosofía Política y Estudios Latinoamericanos por parte de la York University. Actualmente es instructor en el Departamento de Estudios Internacionales de Glendon College, York University. Su libro más reciente se titula «Gramsci’s Critique of Civil Society. Towards a New Concept of Hegemony» (https://goo.gl/Oeh4dG).

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