Reflexiones sobre horizontalismo a partir de Gramsci
I
Cuando hablamos de horizontalidad, no estamos hablando de algo que se nos ocurrió en un comentario de Facebook. Es producto de muchos años de estudio y reflexión crítica personal y colectiva.
II
Hay una enorme tradición intelectual y política detrás de la idea y la práctica del horizontalismo. En nuestro caso, nos hemos inspirado en la tradición del marxismo autonomista y, más particularmente, del autonomismo tanto francés como italiano. El de Francia se expresa en el grupo Socialisme ou Barbarieque que tiene como uno de sus principales intelectuales al filósofo Cornelius Castoriadis. El de Italia, que ya empieza con Gramsci, madura en los años 60s con la publicación de los Quaderni Rossi (Cuadernos rojos) y la Classe Operaia (Clase trabajadora) jugando un papel muy importante en las ocupaciones universitarias del 68 italiano y que más recientemente adquiere una forma muy madura en el pensamiento de Antonio Negri. De aquí surge la noción del poder constituyente y la democracia participativa y protagónica que ha jugado un papel central en el pensamiento y práctica de, por ejemplo, la Revolución Bolivariana. Experimentos limitados pero concretos como el presupuesto participativo de la ciudad brasileña de Porto Alegre es un ejemplo concreto de esto.
Es de los años 60 que también surgen otros términos como el de “autogestión”. Este término “Nació al calor de los movimientos insurreccionales que estallaron hacia finales de la década del 60 en varios países de Europa y América Latina, como el Cordobazo en la Argentina, y que tuvo su epicentro en el mayo francés del año 68, con el protagonismo de les jóvenes y trabajadores.” (Fuente: http://miradasdelcentro.com.ar/home/?p=7028)
También hay críticas contra la idea del horizontalismo, la autogestión, el autonomismo, etc., que están bien justificadas y que tienen que ver con la necesidad de liderazgos, la necesidad de organización y disciplina, así como la necesidad de un programa y una hoja de ruta. La importancia de estas ideas y las críticas ha dado lugar a varias conferencias y conversatorios (como el de la gráfica que comparto junto a este comentario) donde se está debatiendo la cuestión de si se puede combinar el horizontalismo con la construcción de programas y estrategias más disciplinadas (ver, por ejemplo, https://wp.me/p15fon-32Wt). Las reflexiones presentes se ofrecen como una contribución a este debate y proceso y como parte de una respuesta más compleja a estas críticas. La idea es contribuir a esclarecer el significado del horizontalismo para una política rupturista y refundacional.
III
El Capítulo 1 de mi libro sobre Gramsci examina el tratamiento que Gramsci le da a la dialéctica clásica entre estructuras y superestructuras a partir del famoso Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política escrito por Marx en 1859. Se trata, sí, de una contradicción histórica que Gramsci conceptualiza en los Cuadernos como surgiendo de la brecha entre estructuras y superestructuras o “el campo de producción” y que alcanza, en el momento de la hegemonía y su crisis, el punto donde el enfrentamiento entre opresor y oprimido, explotador y los explotados ya no pueden ser contenidos, capturados o desactivados por las ideas liberales de “libertad” y “democracia”, es decir, por el consenso dominante y sus formas de expresión en el sentido común. La crisis de hegemonía que estalla a la intemperie, y que abre la ventana de oportunidad para un evento potencialmente revolucionario, como ocurrió en Guatemala en 2015, está enraizada en la realidad de un vacío social cada vez más ancho y mayor “donde el poder del dueño sobre la vida y la muerte del trabajador, su esposa y sus hijos es ilimitado.” No solo es expresa esto a nivel de las instituciones, jerarquías y sistemas de emplazamiento (o “gobernabilidad”) y clasificación del Estado cooptado y corrupto sino también a nivel de las estructuras y dinámicas territorializates y desterritorializantes del capitalismo extractivista. No solo a nivel de elites políticas sino también económicas. Es a partir de aquí que surgen, como un gran retorno de lo reprimido, como un desafío a las jerarquías clasistas e institucionales que dictan las formas “normales” de espacio y tiempo así como de organización y práctica, formas de acción autónoma, horizontal y pangenética. De este retorno de lo reprimido y lo desplazado surge la organización espontánea y rizomática, la experiencia “catártica” de lxs de abajo, como el movimiento del consejo de fábrica en los días de Gramsci. Estas formas de acción política impura, estas formas de organización horizontal y democrática, contribuyen al desarrollo de una conciencia moral y política de que “el trabajador no es nada y quiere convertirse en todo “. A partir de aquí se busca la ruptura y una posible Refundación.
IV
La brecha creciente entre estructuras y superestructuras, como la exploro en el Capítulo 1 de mi libro sobre Gramsci, puede provocar una crisis de hegemonía cuando el proceso hegemónico ya no es capaz de suturar esa brecha con el consentimiento necesario provocado por los propios sujetos, como su “libre elección”. viviendo en la “libertad” y la “democracia” que la poliarquía moderna les brinda. Aunque Gramsci está convencido de que solo un “sistema de ideologías” “totalitario” o global puede generar un “reflejo racional de la contradicción” en el centro de la crisis de hegemonía y al mismo tiempo crear o “representar” la existencia de “condiciones objetivas para la revolución de la praxis,” el proceso de formación de esta revolución de la praxis pasa por al menos dos momentos complementarios e irreductibles que Gramsci intenta capturar con su concepto de política como catarsis. El primer momento se produce cuando se forma un grupo social, una multiplicidad de grupos o múltiples grupos heterogéneos, pero sin compartir la homogeneidad “al cien por ciento” al nivel de la ideología. Este es el momento de las luchas rizomáticas, autonomistas y horizontales, los movimientos iniciales en la guerra de posición desde abajo, como los del movimiento del consejo de fábrica que Gramsci ayudó a organizar o, de hecho, los movimientos Occupy, autonomistas y de refundación de hoy. Este es el tema del Capítulo 5 de mi libro sobre Gramsci.
V
El movimiento del consejo de fábrica en Turín le enseñó a Gramsci que con demasiada frecuencia es mucho más fácil organizar la resistencia que traducir dicha resistencia en resultados duraderos. Y ese es el caso porque sin una reforma intelectual y moral en el corazón de la política horizontal, autónoma y rizomática, “el poder aún permanece bajo el control del capital” – eso es hegemonía. No es pues que simplemente podamos cambiar el mundo a través del activismo perpetuo y sin tomar el poder; también es el caso que sin las transformaciones subjetivas que hacen posible las políticas participativas, rizomáticas y horizontales, no podemos tomar el poder y la esperanza de cambiar el mundo. Es en el caldero de las formas rizomáticas y liminales de la política que encontramos un terreno muy fértil para la transformación del yo, incluso si este terreno es también muy propicio para que el proceso de hegemonía deshaga el trabajo profundo de la reforma. La reforma moral e intelectual es, por lo tanto, la política de autotransformación que prepara el terreno para dar un salto al escenario de lo “nacional-popular”, es decir, al nivel en el que se pueden tomar decisiones duraderas. Pero la revolución de uno mismo, del ser propio, de nuestra subjetividad es necesaria para que cuando llegue el momento de tomar decisiones, lxs activistas no vuelvan a estar ya rehegemonizadxs y, en consecuencia, confíen más en las instituciones establecidas de democracia parlamentaria como mecanismos adecuados para alcanzar un compromiso. ¿Para qué sirve la reforma moral e intelectual si en el momento decisivo la revolución/Refundación simplemente se confiará a las urnas? La horizontalidad es la escuela de la transformación del ser propio. Por eso la rechazan lxs dinosarios de la política dentro de las izquierdas: ya creen saberlo todo.
VI
Aunque el propio Gramsci nunca usó la palabra “rizomático” en su trabajo, utiliza otras metáforas igualmente naturalistas para tratar de capturar la naturaleza del acto político impuro bajo las condiciones de las sociedades capitalistas liberales. La palabra “rizomático” pertenece, más bien, a Deleuze y Guattari, quienes entienden que significa principios de conexión y heterogeneidad, según los cuales un rizoma puede “conectarse a cualquier otro y debe ser”, de modo que “un rizoma establece incesantemente las conexiones entre cadenas semióticas, organizaciones de poder y circunstancias relativas a las artes, las ciencias y las luchas sociales “. Además, la política rizomática tiene que ver con el principio de la multiplicidad, o “cuando lo múltiplo se trata de manera efectiva como un sustantivo, “multiplicidad”, que deja de tener relación con el Uno como sujeto u objeto, realidad natural o espiritual, imagen y mundo.” Esto es particularmente visible en los conjuntos colectivos, en los que cualquier aumento en las dimensiones de una multiplicidad “cambia necesariamente en la naturaleza a medida que se expande conexiones.” La política rizomática también se trata del principio de asignar la ruptura, es decir, “contra las roturas sobresignificantes que separan estructuras o cortan estructuras singulares. En esta instancia, el rizoma se puede romper, romper en un punto dado, pero se volverá a encender en una de sus líneas anteriores o en líneas nuevas”. La política rizomica se territorializa y desterritorializa el espacio según sea necesario. Y no hay posiciones simplistas “buenas” y / o “malas” aquí, porque “¿cómo podrían los movimientos de desterritorialización y los procesos de reterritorialización no ser relativos, estar siempre conectados, atrapados entre sí?” Finalmente, tal como lo concibieron Deleuze y Guattari, la política rizomática se basa en el principio de “cartografía y decalcomanía”, según el cual “un rizoma no es susceptible de ningún modelo estructural o generativo”. Es extraño a cualquier idea de eje genético o estructura profunda. “Hay en el rizoma, por lo tanto, ningún “destino pretrazado “, ningún resultado determinista, ninguna forma” necesaria “y ninguna raíz única”. Estos son principios que nos ayudan a comprender y desarrollar el momento catártico, autónomo y horizontal en el concepto de poder constituyente de Gramsci, su comprensión del momento inicial en la guerra de posición.
VII
La ciudadanía rizomática constituye, como lo pone Gramsci, «una cierta actividad» y un conjunto de discursos, prácticas y reivindicaciones que «en su conjunto no orgánico constituyen una revolución». Es una revolución no del Estado ampliado o sus aparatos ideológicos, no de las políticas de promoción democrática de Estados Unidos o Europa, sino en contra esos lenguajes morales y políticos y las formas de oponerse y luchar contra el mismo. Pero se trata de una ciudadanía que «en su conjunto no orgánico» implica, por tanto, una identidad «cero», una identidad «X», una identidad afuera de «la política» que al mismo tiempo que es la base de su fortaleza, su horizontalismo y el corazón de sus latidos democráticos, también y hasta cierto punto la mantiene dispersa, desorganizada y sin la disciplina y rapidez política e ideológica que demanda la guerra de posiciones y los esfuerzos de la restauración por cerrar los espacios de contestación pública. Es lo que la hace también susceptible de ser capturada y re-hegemonizada pues también se trata de una ciudadanía democrática que, como lo muestra su participación en varias instancias de «diálogo» organizadas por la restauración conservadora, buscan aumentar su credibilidad democrática por medio de insertarse en todos los espacios que puedan permitir formas de cambio mínimas e incrementables. Más allá de esto, sin embargo, se trata de una forma de praxis, de algo políticamente nuevo pues no responde a los requerimientos de «lo normal», una praxis que tiende a privilegiar lo horizontal y participativo de sus decisiones que también, por ello, adoptan una forma contra-hegemónica en la medida en que sus «redes de esperanza» se tejen fuera de los discursos, mecanismos y espacios institucionales tradicionales en contra de los cuales adquiere, a pesar de muchos intentos por cooptarla, su máxima relevancia.
VIII
Los colectivos urbanos progresistas, de indignadxs, que surgieron de la crisis de hegemonía que se abrió en 2015 no son expresión ni resultado de una “revolución de colores” ni tampoco un frente de la sociedad civil buena y organizada – la que surgió durante y después de las negociaciones de paz y que se ha nutrido del discurso de promoción democrática auspiciado desde Estado Unidos o Europa (de ahí sus dos modalidades dominantes). A pesar de que todas las banderas nacionales que se han enarbolado en las plazas durante los últimos tres años exhiben los colores azul y blanco como colores de la reivindicación ciudadana, ello no hace estas protestas una “revolución de colores”. Aunque con ambigüedades y contradicciones en su práctica y sus discursos, aunque con limitaciones y hasta cierto punto un acuerdo con el consenso dominante en torno a la “lucha contra la corrupción”, muchos de estos colectivos urbanos siguen siendo autónomos y continúan funcionando como expresiones de un nuevo horizontalismo organizacional y participativo. Estas características, por supuesto, no son eternas ni esenciales. Son expresión de una contingencia que surge de las brechas que se abren en lo social cuando deja de funcionar la saturación hegemónica y la necesidad de lo determinado y constituido. Y esto significa que, por el trabajo renormalizador del proceso hegemónico y del consenso dominante, muchos de estxs activistas y organizaciones bien pueden parar convirtiéndose en parte de las ONG verticales que componen la sociedad civil. Pero, por ahora, los colectivos más progresistas han resistido dar este paso, todavía no han adoptado el lenguaje de la sociedad civil y tampoco han decidido coronarse “líderes” exclusivos del movimiento de la protesta ciudadana. Por ello es equivocado y hasta mal intencionado identificarlos como las ONG de la sociedad civil. Al contrario, a medida que avanza y se consolida la restauración conservadora y neoliberal, estos colectivos urbanos han expandido sus “redes de esperanza” y han empezado a coordinar actividades conjuntas con movimientos sociales refundacionales. Lo que vemos hoy es una fiebre de horizontalismo y descentralización como nunca antes se había experimentado en Guatemala. Esto ha dejado atrás los viejos moldes de la organización reformista, popular y hasta revolucionaria y, con ello, los discursos supuestamente explicativos y analíticos con los que la vieja generación de líderes, ex-revolucionarios y exguerrilleros, pretenden explicar algo que simplemente no entienden y ni siquiera hacen el esfuerzo por entender. Y es por ello, quizás, que la vieja izquierda (y quienes todavía circulan en torno a ella rindiéndole culto indebido y también poniendo en pedestales a sus personalidades) no logra entender el lenguaje de esta dialéctica entre lo autónomo y lo disciplinado, entre lo horizontal y lo nacional-popular que debe convertirse en la escuela ética y política del futuro.
En Guatemala, sin embargo, no son solo los colectivos urbanos los que encarnan principios horizontalistas, autonomistas y autogestionarios. Ya encontramos estos principios, hasta cierto punto, en organizaciones comunitarias, de gente indígena y campesina, cuyo punto de partida político es la defensa comunitaria del territorio, los bienes comunes, la identidad y la cultura.
Ya desde los años 70s se han venido dando fenómenos horizontales, autónomos y paralelos de organización indígena y popular que sirven de antecedentes históricos para los proyectos refundacionales del presente. En los proyectos refundacionales del presente el principio del horizontalismo juega un papel angular como parte de una «política prefigurativa». Pero es en su relación con movimientos sociales más amplios o con partidos políticos que estas expresiones comunitarias enfatizan su autonomía como defensa de su propia identidad. En estos contextos surge lo que ya exploré bajo el concepto de “el doble código de la ciudadanía” en mi libro Entre la comunidad y la república (ver https://is.gd/nFVDiG).
IX
El proceso de construcción de la «sociedad civil» fue básico y central en los procesos de «transición a la democracia» y al neoliberalismo en Latinoamérica en los 80s y 90s. Fue por ello, también, que el concepto de «sociedad civil» adquirió un carácter central en los estudios dedicados a la «transición». Y no hay duda alguna que sin esa construcción de sociedades civiles, con su discurso centrado en los «derechos humanos», no hubiera sido posible tampoco construir el nuevo consenso neoliberal que demandaba la inserción de toda la región en el proceso globalizador controlado por elites capitalistas transnacionales. Pero hoy, en lugar de ser el espacio donde se construye el poder constituyente, las sociedades civiles son el espacio de las políticas de «promoción democrática» auspiciadas en la región por Washington y algunos de sus aliados. Es en la sociedad civil donde se reproduce la hegemonía. Por ello precisamente es que la política de lxs de abajo buscan romper con el Estado ampliado, es decir, Estado + sociedad civil. La articulación se debe forjar entre movimientos sociales rupturistas y colectivos urbanos indignados.
X
La complejidad de la crisis de la hegemonía requiere, por lo tanto, una respuesta igualmente compleja de los grupos subalternos y no, sostengo, una respuesta socialdemócrata disfrazada de política “agonística” ni una respuesta izquierdista que rechaza la articulación en nombre del vanguardismo o el purismo de clase. Gramsci está convencido de que solo un “sistema de ideologías” combinado y dialéctico puede generar un “reflejo racional de la contradicción” entre estructuras y superestructuras, representantes y representantes, y al mismo tiempo postular o provocar la existencia de las “condiciones objetivas para revolucionar la praxis “. Y el proceso de formación de esta praxis revolucionaria pasa por un proceso dual, es decir, al menos dos momentos combinados pero irreductibles que Gramsci intenta capturar con su concepto de política como catarsis en la guerra de posición. El primer momento se produce cuando un grupo social, una multiplicidad de grupos o muchos grupos heterogéneos se separan de la sociedad política y “espontáneamente” forman y formulan demandas directamente relacionadas con sus condiciones materiales. En este nivel, estos grupos pueden no compartir entre sí una homogeneidad “al cien por cien” a nivel de ideología u organización, pero por su propia naturaleza, sus luchas comparten una naturaleza rizomática, autonomista y horizontal, como fue el caso con la fábrica movimiento del consejo que Gramsci ayudó a organizar en su tiempo, o, de hecho, los movimientos Occupy, autonomista y prefigurativo de hoy. Estos son los movimientos activistas militantes que ayudan a profundizar la crisis de hegemonía e impulsar el momento inicial de una guerra de posición contrahegemónica. La definición clásica de catarsis de Gramsci es precisamente su intento de capturar esta lógica. Gramsci se reserva la capacidad de “elevar” las luchas catárticas, autónomas y rizomáticas a un momento más general de coordinación, organización y disciplina, el momento de “fuerza y consentimiento” o “táctica y estrategia” que Gramsci también llama la “doble perspectiva” de el Príncipe Moderno o, lo que nosotros llamamos, el Partido de la Refundación.
Vamos Guatemala hacia la #RefundaciónYa desde abajo, democrática y rupturista
Marco Fonseca es Doctor en Filosofía Política y Estudios Latinoamericanos por parte de la York University. Actualmente es instructor en el Departamento de Estudios Internacionales de Glendon College, York University. Su libro más reciente se titula «Gramsci’s Critique of Civil Society. Towards a New Concept of Hegemony» (https://goo.gl/Oeh4dG).
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