Restauración total 2.0

Restauración total 2.0

Guatemala fue fundada, mal que bien, como una república secular y pronto también federalista. Pero la tendencia más básica y general que se impuso desde arriba y por sucesivas formaciones elitistas durante dos siglos «republicanos» es la de un Estado centralizado, oligárquico y finquero, con un sistema político de cascarón electoral (y con un electorado restringido y tutelado) pero de esencia oligárquica, despótica y autoritaria, con crecientes poderes militares (cortes especiales, fueros especiales, leyes especiales y fundamentales, etc.) y paralelos colocados por encima y más allá de cualquier constitución liberal o incluso conservadora impuesta, generalmente, como acto segundo al siempre fundante golpe de Estado militar.

Como un elemento crucial de la mezcla tóxica de dominación despótica criollo-ladina, en varias de sus versiones, ha sido el creciente concepto de una «nación chapina», supuestamente de todxs, altamente folklorizada, para el turismo, cuyos contenidos culturales, ideológicos, «performativos» constituyen, sin embargo, solo un simulacro de pertenencia e identidad. Esta es una «nación» construida a través de dos siglos sobre la base crecientemente violenta de la exclusión indígena (el genocidio), la paulatina destrucción del campesinado autónomo y sus formas de economía de subsistencia, la exclusión y control de las mujeres, sus cuerpos y sus vidas (el femicidio), la disciplina patriarcal y prepotente de la juventud, la destrucción sistemática de la naturaleza combinada con su uso como un objeto simplemente inerte para la explotación ilimitada o como un depósito de residuos industriales y excrescencias humanas. Es una «nación» construida, sobre todo por lxs guardianes crecientemente religiosxs de la verdad, la ley y el orden, en base al temor y la persecusión de todo lo percibido como transgresor, rebelde o desviado. Hoy esta «nación chapina» ya no es una simple invencion criolla, un sueño ladino o una pesadilla indígena como lo fue en los albores de su fundación.

Hoy, hay que decirlo, la «nación chapina» y su discurso nacionalista es un producto criminal, un deseo populista – sobre todo de derechas – mejor olvidado, una memoria que es prescindible psicoanalizar porque, ciclo político tras ciclo político, evento deportivo tras evento deportivo, ceremonia cultural tras ceremonia cultural, siempre retorna al escenario pero luciendo el ropaje que sea más apropiado para el consumo de masas hegemonizadas, como un logo del cacifismo, como monopolio del kaibilismo, como un predestinado objeto de oración fariseica o como producto de venta para el turismo. Es la «nación» que en las elecciones todxs lxs demagogxs proponen rescatar ya sea de la «tiranía de la mayorías» (los movimeintos sociales mayoritarios), la «intervención extranjera» (como la CICIG) o, como todavía se escucha muchas veces, el «comunismo» (ya sea de Venezuela o de cualquier otrx procedencia). Esta Guatemala de la que mucha gente se siente orgullosa (un sentimiento construido con espectáculos mediáticos y simulacros culturales e identitarios) es, en realidad, una prisión-cueva de la que es urgente escapar para empezar a adquirir una consciencia política mínima, rupturista y refundadora. Esta capaciad de ruptura es algo que lxs migrantes entienden con sus estómagos y que viven mejor que nadie. Hay que aprender a ser migrantes dentro de la nación corrupta y cooptada por esxs impostores de nacionalismo que dicen siempre querer rescatar lo que ellxs mismxs han empobrecido, explotado y destruido. Hoy ya no se trata de querer liberar la «nación». Se trata de liberarnos de la misma.

El arribo de la «democracia» restringida y tutelada así como del neoliberalismo entre 1985 y 1995 agregó una capa de comercialización, consumismo y espectáculo encima de un cuadro de costumbres abigarradas ya sea autoritarias (por un lado) o comunitarias (por otro), ultimadamente complementarias, cimentadas sobre la base de una economía política desigual, subdesarrollada, submodernizada de acumulación, desposesión, expoliación y extracción extrema (en Guatemala este modelo se llama cacifismo) que hoy pone seriamente en duda la viabilidad y sobreveviencia humana, ambiental y ecológica de Guaemala y que, encima, vomita de Guatemala, a diario, a millares de seres humanos, incluidxs niñxs, empujadxs por el desespero y el abandono total de quienes cada cuatro años, ritual y demagógicamente, les prometen «desarrollo» e inclusión. Los Acuerdos de Paz no cambiaron las tendencias fundamentales y se constituyeron, en realidad, en acuerdos estratégicos entre elites militares que hoy, en gran parte y aunque sea detrás del telón y de la tarima, se apoyan mutuamente (por ejemplo, ex militares y ex guerrilleros conformaron el FREARE). Lo mejor que queda de esos Acuerdos ha sido diluido en una mezcla tóxica de desarrollismo neoliberal y globalizador con asistencialismo (clientelismo) y humanitarismo social que, si mucho, reviste la forma del discurso del PNUD (lo que llamamos penudismo) o de la CEPAL (lo que se conoce hoy como neo-estructuralismo) y se combina, como un monstruo del bestiario maya (como un Ek Chapat pero que formula solo acertijos engañosos y que no espera ni quiere respuestas verdaderas y, po tanto, que castiga a todo mundo que anda perdido esperando encontrar su norte en el imaginario nacional) para generar formaciones ideológicas extremo centristas.

La gran crisis de hegemonía que se desató en 2015 puso en evidencia no solo las contradicciones sistémicas de lo heredado del pasado de ese Estado-Nación criollo-ladino, lo heredado del Estado de seguridad nacional, y también lo construido por un abigarrado bloque (siempre en pugna, siempre en confrontación) de elites tanto conservadoras (las más vinculadas al viejo establecimiento militar y contrainsurgente) como neoliberales encarnadas, sobre todo, en el cacifismo corruptor y cooptador que se forjó después de 1985 y, sobre todo, desde la llegada al poder de las élites cacifistas con el gobierno de Arzú y el PAN. El triunfo electoral de un grupo de poder conservador, militarista y corrupto produjo el ascenso al poder de la perversidad y la corrupción que llegó a su apogeo con el gobierno «patriota» de Otto Pérez Molina y su Partido Popular. Llevando la práctica de la apropiación ilegítima de los recursos, instituciones y personal del Estado ampliado (Estado + sociedad civil) a sus extremos, el régime de OPM hizo exploción en 2015 gracias al trabajo de la CICIG. A pesar del impulso reformisma, en ciertas esferas sociales incluso rupturista y hasta refundador, que surgió de «lxs indignadxs» y de las plazas, lo que ha resultado del gran fracaso histórico de construir una articulación diferente como solución a la crisis de hegemonía que se evidenció en 2015 es un proyecto político de restauración total, un intento conservador de retornar al estado de cosas no solo anterior a 2015, sino que anterior a 1985, que hoy amenaza de nuevo con reconstituirse de modo más virulento y reaccionario bajo la figura de Alejandro Giammattei y el partido Vamos, su nuevo y autoritario partido de cartón.

Con el proyecto restaurador de Giammattei podemos estar seguros que las tendencias históricas centralizantes (contra el poder legislativo, contra el sistema judicial, contra la CC, contra los Acuerdos de Paz, contra la sociedad civil permitida, etc.), el modus operandi de las elites conservadoras y su forma de acceso ilegítimo a los recursos, instituciones y personal del Estado ampliado, van a ser reforzadas. Con la continuidad de la restauración total podemos estar seguros de que se va a reforzar la exclusión indígena, la represión de las mujeres y todo lo visto como feminismo, las formas rebeldes de juventud, religiosidad y cultura y las formas transgresoras de identidad. Podemos esperar, sin duda alguna, un renovado asalto a la naturaleza por medio de un modelo expandido de acumulación, desposesión, extracción y explotación neoliberal entendida como «modernización» de la economía para ajustarla a los estándares que demandan las corporaciones transnacionales y las agencias de financiamiento internacional. Podemos estar seguros que el sistema político de cascarón mayoritario y democrático que se ha creado por medio de la mal-reformada Ley Electoral va a estar sujeto a una personalidad y un poder ejecutivo mucho más autoritario, centralista, misógino, racista y represivo que el del ya degenerado comediante Jimmy Morales. Y podemos estar seguros que esta nueva etapa de la restauración va a gozar (y cultivar) del respaldo de poderes militares y paralelos, así como de líderes religiosos fundamentalistas y neopentecostales, todxs muy felices de deshacer el legado de la CICIG y los pocos logros en materia de justicia, desmantelamiento de la impunidad militar y empresarial y lucha contra la corrupción y cooptación del Estado que se han dado desde 2015.

El proyecto de «nación» que propone Giammattei es, en realidad, lo que llamamos la restauración total 2.0, Que voten por eso lxs idiotas.

 

Vamos Guatemala hacia la #RefundaciónYa desde abajo, democrática y rupturista

Marco Fonseca es Doctor en Filosofía Política y Estudios Latinoamericanos por parte de la York University. Actualmente es instructor en el Departamento de Estudios Internacionales de Glendon College, York University. Su libro más reciente se titula «Gramsci’s Critique of Civil Society. Towards a New Concept of Hegemony» (https://goo.gl/Oeh4dG).

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Imagen: Washington Post, Santiago Billy/AP

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