“Entre el Estado y la sociedad se encuentra la esfera pública, “una red para comunicar información y puntos de vista” (Habermas 1996, 360). La esfera pública es un componente esencial de la organización sociopolítica porque es el espacio donde las personas se unen como ciudadanos y articulan sus puntos de vista autónomos para influir en las instituciones políticas de la sociedad. La sociedad civil es la expresión organizada de estos puntos de vista; y la relación entre el Estado y la sociedad civil es la piedra angular de la democracia.”
Manuel Castells.
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2015 es un parteaguas en Guatemala porque demostró a) la ruptura entre el Estado corrupto y cooptado (hecha manifiesta por el desborde de la corrupción permitida que adoptó la forma del modelo de La Línea) y la sociedad civil buena y permitida que se forjó, ONG por ONG, desde las negociaciones de paz hasta 2015; y b) el surgimiento de La Plaza como expresión de rebeldía y esperanza juvenil ya no atada a la lógica de la sociedad civil permitida, a las dirigencias políticas tradicionales (de izquierda o de derecha), la clase política corrupta (en el poder desde la transición democrática) y tampoco a las elites familiares-empresariales que dominan al CACIF y sus organizaciones y aparatos ideológicos, políticos y sociales. 2015 fue el rompimiento del miedo que se impuso en Guatemala, a fuerza de represión, por décadas.
La piedra angular del modelo democrático neoliberal dependía de construir un consenso dominante en cuanto a que, con todo y los obstáculos propios de Guatemala, era de todos modos posible aspirar a construir un modelo de justicia básica e inclusión social y económica dentro del esquema constitucional neoliberal de 1985. Y sobre esa base es que se puso a trabajar, con o sin financiamiento propio, el universo de las ONG que vinieron a definir la sociedad civil buena y permitida (desde IEPADES hasta la Fundación Myrna Mack y CALDH, etc.). Pero el desborde de la corrupción y el descaro de la cooptación empresarial del Estado que la CICIG dejó al desnudo reveló que los vínculos entre Estado y sociedad civil (lo que juntos constituyen el Estado ampliado) era no solo tenue, sino que de hecho instrumental y fundamentalmente normalizador. No había pues modo alguno efectivo, mucho menos un modo autónomo, para influir efectivamente en las instituciones y políticas de Estado.
La ruptura de 2015, la crisis de hegemonía que se da con esa separación entre los partidos políticos tradicionales y de cartón y sus bases sociales tradicionales, particularmente entre movimientos sociales y clases medias, es lo que abre las puertas para una intensificación de la guerra de posiciones entre movimientos sociales (demandando refundación desde hace una década) y los colectivos urbanos (que en 2015 demandaban todavía y solamente el fin de la corrupción y la cooptación del Estado). Desde la inauguración de Jimmy Morales en 2016, sobre todo cuando con la estrategia Degenhart se arrecia el asalto directo contra la CICIG y las fuerzas sociales aglutinadas en torno a una lucha seria contra la corrupción y la cooptación, empieza a ponerse claro que la tarea del nuevo gobierno conservador es restaurar el Estado pero sin las trabas impuestas por fuerzas externas (como la CICIG y Soros!) o las internas (las pocas instituciones liberales creadas en 1985) y, sobre todo, La Plaza. Además, también empieza a ponerse claro que se trataba de restaurar un modelo económico neoliberal extremo, con un modelo extractivista sin mayores límites o controles y mucho menos comunitarios. A todo esto lo he llamado la restauración total.
Desde su inauguración en enero de 2020, imponiendo estados de sitio, el carcelario de Giammattei dejó sus intenciones bien claras: continuar con el proyecto de la restauración total, pero esta vez poniendo al CACIF directamente al mando de las riendas, instituciones, recursos y personal del Estado. Lo único que le puso pausa al despliegue total del cacifismo fue el brote y precipitada expansión de la pandemia en Guatemala a partir de marzo de 2020. Sin embargo, bajo el esquema del “sálvese quien pueda”, Giammattei no ha perdido tiempo adoptando las consignas y el guion económico del CACIF y poniendo a Guatemala en los rieles del tren cacifista tan pronto como le ha sido posible. Asturias, el jefe a contrato de la COPRECOVID, fue instrumental en esto, alguien que hoy se va de Guatemala después de haber ayudado a implementar un plan sanitario de alertas totalmente inefectivo para la ciudadanía, basado en estadísticas poco fiables, pero muy adecuado para distraer la atención en medio de la crisis y sentar las bases para la “recuperación económica” que quiere el CACIF.
Lo que los últimos tres fines de semana representan, sin embargo, es el retorno rebelde y articulación rizomática de La Plaza en el Acto II de las protestas iniciadas en 2015. Lo que solo hace dos semanas, cuando ocurrió el #21N, parecía como ideológica, política y prácticamente imposible – la gente decía “no hay condiciones”, “no hay conciencia”, “no hay preparación”, “no hay articulación”, etc. – después del #28N parece como posible y ante lo cual viejos y nuevas activistas ven condiciones por todos lados. Comentaristas que en 2015 no conocían nada de articulación, mucho menos de Refundación, hoy comentan como expertos/as sobre la misma y ven condiciones preexistentes por todos lados. Lo cierto es, sin embargo, que algo más profundo se ha rasgado en el proceso hegemónico que regula las relaciones entre Estado/dominación y ciudadanía/grupos subalternos. La guerra de posiciones ha entrado en un momento ya no solo decisivo contra poderes corruptos, sino que claramente destituyente/constituyente a nivel sistémico y, por tanto, en un momento rupturista. Las consignas que ahora claman por la Refundación se ven en todas las plazas, junto con pintas, pancartas y discursos. Ahora sí podemos escuchar que se acercan los pasos del futuro.
Ya era tiempo ver que una idea, una propuesta esencialmente rupturista, destituyente/constituyente, que hace solo dos semanas no estaba en el vocabulario o las consignas de activistas o comentaristas, desde estudiantes universitarios hasta gente veterana que asistieron a La Plaza el #21N, ahora sí se atreven a articular la idea como algo posible y desde todas las plazas. Incluso estamos empezando a ver a comentaristas – de esos/as de a granel que escriben como si fueran ellos/as los/as primeritos en escribir sobre una idea – escribir sobre el tema en la prensa dominante. Aunque, por supuesto, la idea de la Refundación como tarea y como programa ya ha estado circulando en las comunidades y algunas esquinas de La Plaza desde 2015 e, incluso, desde antes como en el caso de las propuestas refundacionales de Codeca, CPO (con una versión actualizada en octubre de 2020 titulada “Cuatro Pactos para un Estado Plurinacional) y Waqib Kej. Como ya lo indicábamos en 2015, hoy también las condiciones ya están dadas, pero no hay garantías de nada. Todo depende de la contingencia, la audacia, el desarrollo autónomo del acto político, la capacidad democrática y articuladora de los colectivos urbanos progresistas y los movimientos subalternos y sus verdaderos/as aliados/as. Todo depende de la astucia de la esperanza.
La idea de la Refundación ahora ronda por todos lados y es el espectro más amenazante que puede confrontar la restauración total. Es cierto que ahora todo mundo en La Plaza habla de este tema porque los/as estudiantes, finalmente, la han adoptado – aunque todavía solo en sus propios términos – como una idea propia. Así funcionan las cosas en Guatemala. Si movimientos indígenas, campesinos o incluso académicos/as aislados – y que hasta parecen locos/as, idealistas, “voluntaristas” – proponen algo, muy pronto se lo lleva el viento frenético de los escenarios cambiantes que logran entrar a las noticias. Pero, claro, el hecho que estudiantes en su mayoría de clase media, incluso de universidades privadas, ahora proponen la idea de una Asamblea Plurinacional Constituyente (APC) abiertamente, lo que también ahora se ha vuelto titular de prensa y así ha logrado penetrar esquinas de la esfera pública hasta hoy copadas por la obsesión con la lucha contra la corrupción como si fuera un fin en sí mismo, nos indica que algo muy profundo ha cambiado en la crisis de hegemonía y la guerra de posiciones que se abrió en 2015.
Que quede claro: La Plaza no equivale a la Ciudad Capital, a lo urbano, a los colectivos urbanos o a lo clasemediero. Si la imaginamos como un punto asembleario, un punto concentrado de traslapes, interseccionalidades y articulaciones, La Plaza es irrelegable a lo citadino o irreductible a solo un grupo subalterno o fracción de clase media. Lejos de todo ello, de hecho, La Plaza es un espacio abierto de comunicación, cultura y política en cualquier comunidad o espacio físico donde la gente, sobre todo los grupos subalternos, se transforman en agentes de la historia. Por ello podemos decir que la historia presente de Guatemala se está escribiendo en La Plaza. Tiene, pues, un poder emancipador grande. Y por ello es que ha surgido como el espectro que le causa pesadillas a la restauración total de Giammattei, al Pacto de Corruptos y al CACIF así como a sus organizaciones civiles tales como la Fundaterror, el MCN o la Liga Propatria. La Plaza, por tanto, es un espacio simbólico que puede surgir en cualquier lado, el “ágora” virtual donde se construyen los contrapoderes y se articula el poder constituyente. Una asamblea campesina se puede constituir así en dicha plaza o en un espacio de construcción y articulación autónoma y democrática de la voluntad rupturista. En este caso, La Plaza es también un espacio anti-colonial que busca desmantelar la “patria del criollo”. Lo mismo ocurre entre los movimientos feministas donde La Plaza surge como el punto nodal de interseccionalidades anti-patriarcales que permiten imaginar una Refundación sin machismo, sin violencia contra las mujeres, sin embarazos para las niñas y adolescentes de muchas comunidades, sin dominación machista y androcéntrica que surge incluso desde dentro de las izquierdas. La Plaza surge también en las redes sociales y allí, como en todos lados, está en lucha contra los procesos cooptadores y hegemónicos como también se despliegan y se resisten en La Plaza física y territorial.
La Plaza hoy pues emerge como el principal espacio de articulación refundacional y como el desafío más serio a la restauración total y, por ello, se ve sujeta a ataques frontales así como a llamados demagógicos para “dialogar”. Pero la diferencia crucial en el ciclo presente de luchas es que, hoy, tanto movimientos sociales como colectivos urbanos enarbolan de modo conjunto demandas explícitamente refundadoras, haciendo un llamado claro para que se convoque a una Asamblea Plurinacional Constituyente (APC) como única solución profunda y estructural para los problemas más centrales que se han vuelto manifiestos no solamente con el retorno de la corrupción desnuda en el Estado después de haber hecho promesas demagógicas de ponerle fin a la corrupción, sino también con las crisis sociales, sanitarias, ambientales y climáticas que han azotado a Guatemala particularmente en 2020 y que se volvieron más apremiantes al ver el olvido en que las dejaba el fallido presupuesto para 2021. Hoy, más que nunca, La Plaza se constituye en el espacio simbólico donde se articula un nuevo consenso contra-hegemónico, un nuevo consenso rupturista y destituyente, así como un nuevo consenso constituyente y refundacional.
Marco Fonseca es Doctor en Filosofía Política y Estudios Latinoamericanos por parte de la York University. Actualmente es instructor en el Departamento de Estudios Internacionales de Glendon College, York University. Su libro más reciente se titula «Gramsci’s Critique of Civil Society. Towards a New Concept of Hegemony» (https://goo.gl/Oeh4dG).
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