Me preocupa la conceptualización posmoderna del decolonialismo de pensadores como Ramón Grosfoguel y Santiago Castro-Gómez. Me preocupa la recepción que el post-estructuralismo ha tenido en la Latinoamérica que sigue siendo conceptual y culturalmente supersticiosa pero, al calor de las tendencias mundiales, cuenta con teóricos/as ansiosos/as por “salir de la modernidad” entendida como un gesto de colonización constante. Una noción que manejan mucho, que no les es propia por supuesto, es la noción del “pluriversalismo transmoderno”.
Cuando pienso en lo que reivindica el decolonialismo posmoderno pienso en que eso necesariamente tendría que incluir saberes medievales, saberes mágicos, la Cábala y otros pensamientos esotéricos que encontramos en el mundo poscolonial y en tendencias decolonizantes latinoamericanas. En Haití, por ejemplo, hay saberes mágicos en torno a los zombies y cómo curarlos; en Cuba y Puerto Rico tenemos la santería no solo como discurso espiritual, sino también como forma “alternativa de medicina”; en Guatemala existe el culto a Maximón. Ya no hablemos del status pre-newtoniano de muchos saberes empíricos que encontramos regados por todos lados en la región. Hasta los saberes religiosos como la brujería o el espiritismo, y el cristianismo mismo, en sus variantes sincréticas locales, caben aquí pues, en esencia, son lenguajes o sistemas de signos que, de modo inherente, no se invalidan a sí mismos, son invalidados por la posmetafísica moderna, y que hoy reclaman su espacio, su voz y su papel en el pluriversalismo de la posmodernidad. Es como el retorno de los discursos reprimidos y encantados, algunos entendidos como “epistemologías del Sur”, revueltas contra la modernidad globalizadora y neoliberal, pero de tal modo que mucho de esto parece ser hoy un saco en el que cabe de todo. De acuerdo a los criterios del decolonialismo, no se los puede invalidar, sujetar o excluir sin caer en contradicción “performativa” o en nuevas formas de colonialismo. Porque, como bien lo afirma Derrida, “no podemos enunciar ninguna proposición destructiva que no haya tenido ya que deslizarse en la forma, en la lógica y los postulados implícitos de aquello mismo que aquélla querría cuestionar.”
Todos estos son saberes que ni Grosfoguel ni Castro Gómez pueden negar teórica o filosóficamente como inválidos pues no tienen criterios metodológicos de validez o invalidez para demostrar límite discursivo alguno más allá de los que ofrece la revuelta contra las “grandes metanarrativas” occidentales de las que habla Lyotard y que repite Escobar, Grosfoguel y Castro Gómez en Latinoamérica. El post-estructuralismo en sí mismo, como ya lo ha demostrado Peter Dews (ver Logics of Disintegration: Post-Structuralist Thought and the Claims of Critical Theory), no nos da criterios irrefutables ni siquiera para validarse a sí mismo. Y en su examen de gente como Aimé Césaire, Franz Fanon, Leopold Senghor y otros pensadores de la liberación africana y caribeña, de la “negritud”, pensadores como Grosfoguel y Castro-Gómez dejan totalmente por un lado su crítica a los discursos comunitaristas y hasta encantados (insumos vitales del pluriversalismo que ellos defienden) y su compromiso muchas veces explícito con el lenguaje del marxismo crítico o de la liberación entendida, no como una revuelta contra la modernidad en sí, sino como una revuelta contra “la colonialidad o la cara oculta de la modernidad” (Mignolo mismo lo pone así), su lado colonizador. Eso lo documenta perfectamente bien Sartre en su prólogo al trabajo de Fanon, Los condenados de la tierra. En base, pues, a esta celebración del “pluriversalismo decolonial”, cosas esotéricas como el conocimiento yaqui (como lo reconstruye Carlos Castañeda) son tan válidas y tienen tanto derecho a ser partícipes en los discursos de la globalización posmoderna como la ciencia climática o la Teoría Crítica.
Las contradicciones del decolonialismo solo pueden ser superadas abandonando su rechazo contradictorio de lo que lo que lo hace posible. Puede desarrollarse un decolonialismo crítico, pero no sin cambios radicales. Por esta razón, precisamente, Derrida nos propone un “retorno al signo” (ver esto https://arditiesp.files.wordpress.com/…/derrida_estruct…).
Después de hacer un análisis crítico al concepto de “estructura centrada” y su lógica interna y dinámica colonialista, Derria nos ofrece lo que podemos considerar el texto definitivo que demuestra las contradicciones del posmodernismo, decolonialismo e incluso posestructuralismo y lo que implica un verdadero “acontecimiento de ruptura”. El texto es el siguiente:
“¿Dónde y cómo se produce este descentramiento como pensamiento de la estructuralidad de la estructura? Para designar esta producción, sería algo ingenuo referirse a un acontecimiento, a una doctrina o al nombre de un autor. Esta producción forma parte, sin duda, de la totalidad de una época, la nuestra, pero ya desde siempre empezó a anunciarse y a trabajar. Si se quisiera, sin embargo, a título indicativo, escoger algunos «nombres propios» y evocar a los autores de los discursos en los que se ha llegado más cerca de la formulación más radical de esa producción, sin duda habría que citar la crítica nietzscheana de la metafísica, de los conceptos de ser y de verdad, que vienen a ser sustituidos por los conceptos de juego, de interpretación y de signo (de signo sin verdad presente); la crítica freudiana de la presencia a sí, es decir, de la consciencia, del sujeto, de la identidad consigo, de la proximidad o de la propiedad de sí; y, más radicalmente, la destrucción heideggeriana de la metafísica, de la onto-teología, de la determinación del ser como presencia. Ahora bien, todos estos discursos destructores y todos sus análogos están atrapados en una especie de círculo. Este círculo es completamente peculiar, y describe la forma de la relación entre la historia de la metafísica y la destrucción de la historia de la metafísica: no tiene ningún sentido prescindir de los conceptos de la metafísica para hacer estremecer a la metafísica; no disponemos de ningún lenguaje —de ninguna sintaxis y de ningún lexico – que sea ajeno a a esta historia; no podemos enunciar ninguna proposición destructiva que no haya tenido ya que deslizarse en la forma, en la lógica y los postulados implícitos de aquello mismo que aquélla querría cuestionar. Por tomar un ejemplo entre tantos otros: es con la ayuda del concepto de signo como se hace estremecer la metafísica de la presencia. Pero a partir del momento en que lo que se pretende mostrar así es, como acabo de sugerir, que no había significado trascendental o privilegiado, y que el campo o el juego de significación no tenía ya, a partir de ahí, límite alguno, habría que —pero es justo eso lo que no se puede hacer— rechazar incluso el concepto y la palabra signo. Pues la significación «signo» se ha comprendido y determinado siempre, en su sentido, como signo-de, significante que remite a un significado, significante diferente de su significado. Si se borra la diferencia radical entre significante y significado, es la palabra misma «significante» la que habría que abandonar como concepto metafísico. Cuando Lévi-Strauss dice en el prefacio a Lo crudo y lo cocido que ha «pretendido trascender la oposición de lo sensible y lo inteligible situándose de entrada en el plano de los signos», la necesidad, la fuerza y la legitimidad de su gesto no pueden hacernos olvidar que el concepto de signo no puede por sí mismo superar esa oposición de lo sensible y lo inteligible. Está determinado por esa oposición: de parte a parte y a través de la totalidad de su historia. El concepto de signo sólo ha podido vivir de esa oposición y de su sistema. Pero no podemos deshacernos del concepto de signo, no podemos renunciar a esta complicidad metafísica sin renunciar al mismo tiempo al trabajo crítico que dirigimos contra ella, sin correr el riesgo de borrar la diferencia dentro de la identidad consigo mismo de un significado que reduce en sí su significante o, o que es lo mismo, expulsando a éste simplemente fuera de sí.”
La escritura y la diferencia, Anthropos, 1989, pp. 385-387.
El texto que comparto arriba, escrito en el momento más álgido del gran Derrida, en un momento de fecundísima relación con pensadores como Althusser, es el fundamento filosófico que mina irrevocablemente las teorizaciones posmodernas, una categoría que, en sí misma, se constituyó como un producto académico de la recepcion de la “teoría” francesa en Estados Unidos y algo que Derrida rechazó a pesar de que gente como Grosfoguel lo idolizan a él como un maestro del postestructuralismo. El texto de Derrida demuestra como la razón poscolonial o decolonial es intrínsica e inescapablemente contradictoria incluso desde la perspectiva del uso del lenguaje mismo, ya no digamos del mismo marco teórico decolonialista que no puede prescindir “signo” por mucho que trate de hacerlo. Y, de igual modo, es un texto a partir del cual podemos determinar, con precisión, por qué el “pluriversalismo” es un contradictio in adjecto “de nuestra época” irónica, nietzscheana, supuestamente post-metafísica (aunque no en el sentido habermasiano de esa noción). Además, el texto de Derrida también tiene implicaciones profundas para el análisis de cualquier sistema discursivo de signos o símbolos, desde la cultura hasta la economía, desde la ideología hasta los discursos del desarrollo, posdesarrollo, contradesarrollo y antidesarrollo en cualquiera de sus variantes. Esas implicaciones son ignoradas por los/as posmodenistas mismos/as. Pero, como Derrida mismo lo dice:
“no podemos deshacernos del concepto de signo, no podemos renunciar a esta complicidad metafísica sin renunciar al mismo tiempo al trabajo crítico que dirigimos contra ella.”
Buscamos, como dice Rabasá, una “desilustración ilustrada” o una anti-modernidad moderna. En esto sigo, de Europa/Norteamérica, a Jameson y Zizek; y de Latinoamérica a Franz Hinkelammert, Raúl Fornet-Betancourt, Horacio Cerruti Guldberg, y Enrique Dussel. Con San Juan Jr. podemos preguntar: “¿Cómo podemos movilizar la capacidad de hablar y enunciar nuestras posiciones no representativas de no pertenencia – un acto político devastador que en todo el planeta (…) deshace y vacía las tradiciones y creencias, ideologías, identidades y comunidades?” (E. San Juan Jr., Más allá de la teoría poscolonial).
No es, pues, casualidad que Derrida haya retornado al “espectro de Marx” precisamente cuando todo el mundo burgués, entrando en la era neoliberal (lo que también incluyó al Foucault tardío) ya lo consideraba totalmente muerto.
Este texto fue actualizado en Facebook el 27 de ocubre de 2018 y corregido y mínimamente ampliado en la presente versión.
Marco Fonseca es Doctor en Filosofía Política y Estudios Latinoamericanos por parte de la York University. Actualmente es instructor en el Departamento de Estudios Internacionales de Glendon College, York University. Su libro más reciente se titula «Gramsci’s Critique of Civil Society. Towards a New Concept of Hegemony» (https://goo.gl/Oeh4dG).
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