Mi primer encuentro significativo con Gramsci no ocurrió en Guatemala, no ocurrió en la Universidad de San Carlos (USAC) donde había cursado año y medio de estudios en la Escuela de Historia, y no ocurrió entre mis contactos políticos de principios de los 1980s. De hecho, a juzgar por sus bibliotecas personales, nadie de mis contactos en el Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales (IIES) de la USAC o en la Escuela de Historia, por ejemplo, parecía conocer a Gramsci o utilizar su trabajo como fuente de ideas. Ninguno de los cursos que tomé en esa Escuela (con docentes como Guillermo Pedroni, Edgar Barillas, Gabriel Morales, etc.) requería lecturas de Gramsci por lo menos en sus partes teóricas. La Escuela de Historia estaba sumida en la literatura y los debates típicos que definieron las posturas revolucionarias en Guatemala en los 1970s y 1980s. Y Gramsci, sencillamente, no era parte de esos escenarios.
Mi primer encuentro significativo con el gran pensador comunista italiano fue en el exilio. Ocurrió al regresar a Canadá con la cola entre las patas después de haber fracasado en mi intento por regresar a Centroamérica en 1987. Después de dos años y medio de exilio en Canadá me era ya casi imposible soportar el aislamiento personal y el distanciamiento político de las luchas revolucionarias que se estaban dando en Guatemala y el resto de Centroamérica. Pero opté por Costa Rica porque tenía conectes en el país (con los hijos del muy apreciado maestro Raúl Zepeda) y porque habían contactos con Fredy Valiente, el representante internacional exilado de la Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU). Mi ilusión era inscribirme en la Universidad de Heredia (por su fuerte programa en Historia) y, al mismo tiempo, atender cursos y seminarios con Franz Hinkelammert en el DEI. Nada de esto fue posible porque Costa Rica ya no estaba contenta con recibir tanto refugiado/a de Guatemala y El Salvador y ya no era fácil, o de hecho posible, conseguir visa de estudiante o visa de trabajo. No había de otra más que regresar a Toronto y buscar alguna forma de seguir existiendo.
No teniendo lugar a dónde ir o más gente con quien quedarme a mi regreso a Canadá, mi queridísimo amigo Nery Espinoza me ofreció posada por varios meses en su apartamento del suburbio de Etobicoke en Toronto. Y fue en ese apretado apartamento y en la pequeña, pero muy abarratoda biblioteca de Nery donde me encontré por primera vez la colección completa de los Cuadernos de la cárcel (Editorial Era) de Gramsci. Y no me sorprendió para nada encontrarme esta literatura entre los libros de Nery porque Nery mismo era ya un veterano militante del PGT, pero con ideas propias, democráticas, siempre cuestionando las estrategias equivocadas, los liderazgos ortodoxos y obsoletos y siempre dispuesto a tomar partido por el lado de la justicia. Nery mismo se había exiliado en México desde principios de los 1980s y luego refugiado en Canadá junto a la primer ola de refugiados/as centroamericanos/as que llegamos en la primera parte de los 1980s.
No es que antes de mi exilio no haya leído sobre Gramsci. Ya en mis estudios teológicos de fines de los años 1970s había entrado en contacto intelectual con Gramsci. De hecho, fue leyendo a Gustavo Gutiérrez, particularmente su obra Teología de la liberación, cuando me encontré con una referencia positiva al trabajo de Gramsci. Ya en el primer capítulo de este trabajo, de hecho en la primer referencia del mismo, el gran teólogo de la liberación peruano nos ofrece la primera de sus dos referencias al trabajo de Gramsci, pero eso fue suficiente para plantar al pensador italiano en mi inconsciente:
“Ocurre con la teología lo que A. Gramsci decía de la filosofía: «Es necesario destruir el prejuicio, muy difundido, de que la filosofía sea algo sumamente difícil porque es la actividad intelectual propia de una determinada categoría de especialistas científicos o de filósofos profesionales y sistemáticos. Es necesario, por eso, demostrar previamente que todos los hombres son filósofos, definiendo los límites y el carácter de esta filosofía espontánea, propia de todo el mundo”.
(Salamanca: Ediciones Sígueme, 1975, p21, n. 1).
En la Universidad de York (York University), donde pasé 12 años estudiando hasta terminar mi doctorado en el año 2000, tuve acceso a discusiones y cursos en cuyas lecturas y debates Gramsci ocupaba un papel importante. Tuve también algunos compañeros doctorales que hicieron de Gramsci el sujeto central de su trabajo y desde temprana etapa en sus investigaciones. Uno de ellos es, por ejemplo, Peter Ives, quien se ha convertido en un referente importante del trabajo lingüistico y filológico de Gramsci. Pero mi atención durante mis años del doctorado estuvo más bien centrada en otras corrientes de pensamiento. Por un lado, la Escuela de Francfurt y, más particularmente, en el desarrollo intelectual y filosofía política de Habermas. Por otro lado, estaba también ocupadísimo leyendo las obras de Foucault, Derrida, Deleuze y Negri y sus respectivas fuentes de pensamiento. Encima de eso, estaba siguiendo de cerca a los/as pensasores/as de la liberación afro-americana (bell hooks, Malcolm X, Cornel West, etc.), africana y latinoamericana como Fanon, Cesaire y Senghor así como Dussel, Hinkelammert, Raúl Fornet-Betancourt, Horacio Cerutti y otros/as. Recuerdo, por cierto, que una de mis profesoras de doctorado, Marie-Christine Leps, quien ella misma había estudiado con Foucault en París, estuvo tan descontenta con mis ensayos críticos de Foucault que tuvo la intención de hacerme fallar el curso sobre el posestructuralismo francés esgrimiendo que yo simplemente “no había entendido” al pensador francés. Todavía me siento orgulloso de este pequeño episodio de mis estudios doctorales. Afortunadamente, York también contaba entre sus docentes con un verdadero especialista en Gramsci, Esteve Morera, con quien también tuve el chance de discutir y debatir más productivamente y sin recelo alguno, las ideas centrales de su connacional italiano.
Por supuesto que podemos encontrar en la historia intelectual reciente de Guatemala algunas alusiones al trabajo de Gramsci. Un ejemplo de ello, por ejemplo, lo podemos encontrar en el trabajo de Carlos Sarti Castañeda, Aproximación al estudio de la revolución guatemalteca 1944-1954 (Tesis publicada por FLACSO en 1978). Pero ya en este trabajo podemos notar algunos problemas con la recepción del trabajo de Gramsci en Guatemala. Se trata, sí, de un uso pionero del pensador italiano, pero es un uso que no profundiza en la filosofía de la praxis como una crítica del marxismo ortodoxo o estalinista y, además, ofrece una interpretación distorsionante que se diseminó bastante en Guatemala. No podemos quitarle meritos a Sarti Castañeda, pero es preciso indicar el uso mecánico de los conceptos de Gramsci que él despliega, sobre todo el de revolución pasiva y el de transformismo. Aunque Carlos Figueroa Ibarra, en su trabajo “Ciencias Sociales y sociedad en Guatemala” (Ciencias Sociales, 33, 1986: 13-39), apunta el uso de estos conceptos, el nombre de Gramsci mismo se menciona solo una vez cuando lo hace afirmando la contribución de Sarti Castañeda más que cómo un análisis crítico de Gramsci que el mismo Figueroa Ibarra no hizo tampoco en ese momento. Que conste que ésta es alguna de la gente que más leyó a Gramsci en Guatemala en ese momento.
Pero originalmente fue gracias al acceso que Nery Espinoza me dio a su biblioteca personal que tuve mi primer encuentro significativo con el comunista sardo que treinta años más tarde se convertiría en un referente central de mis preocupaciones intelectuales.
Marco Fonseca es Doctor en Filosofía Política y Estudios Latinoamericanos por parte de la York University. Actualmente es instructor en el Departamento de Estudios Internacionales de Glendon College, York University. Su libro más reciente se titula «Gramsci’s Critique of Civil Society. Towards a New Concept of Hegemony» (https://goo.gl/Oeh4dG).
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