La «Revolución Molecular Disipada.»

Camila Osorio ha publicado una columna muy interesante en El País titulada “La “revolución molecular disipada”, la última estrategia de Álvaro Uribe”. Abajo transcribo algunos pasajes de Osorio y agrego algunos comentarios sobre el concepto de lo molecular en la teoría crítica contempanea que Osorio toca, pero que por la naturaleza del medio periodístico simplemente no se pueden desarrollar.

Al ideólogo ultraderechista chileno Alexis López Tapia le gusta hacer referencias a la teoría crítica y sabe muy bien cómo apropiarse los nuevos conceptos de las luchas “moleculares”, rizomáticas y capilares del presente. López Tapia es un verdadero articulador del nacional-socialismo, el fascismo chileno. Ya su padre fue soldado del Cuerpo Militar del Trabajo, y Militante del Partido Nacionalsocialista Obrero de Chile y López Tapia mismo, a mediados de los 1990s, fue director del Partido Renovación Nacional, coordinador del Primer Encuentro Ideológico Internacional de Nacionalidad y Socialismo (un congreso de los partidos fascistas de Latinoamérica en el año 2000) y también fundador del ahora extinto Movimiento Socialista Nacional de Chile. López Tapia es proponente de la idea de que el Gobierno de Allende y la Unidad Popular en Chile representó una “transición a la democracia dictatorial”.

El ex-presidente Uribe de Colombia es un experto en cómo apropiarse de lo que dice López Tapia para luego desplegarlo agresivamente en Colombia y con ello enturbiar aún más la ya claroscura, confusa y «real, demasiado real» esfera pública de Macondo. Por ejemplo, fue Uribe quien diseminó en Colombia ideologemas ultraderechistas como «ideología de género» o «castrochavismo». Y hoy, una vez más, está diseminando la idea de que las protestas en Colombia son parte de una “Revolución Molecular Disipada.”

Para esclarecer lo que signfifica el concepto, como lo resume Camila Osorio, “López ha sido invitado en dos ocasiones a dar cátedra a militares colombianos. “Lo que llamamos izquierda es más grande de lo que habitualmente quiere verse”, le dijo a un grupo de militares en uno de esos dos eventos. Para López, las protestas ciudadanas pueden ser interpretadas como movimientos de guerrillas urbanas desarticuladas que combaten “molecularmente al sistema para imponer su propia dominación”. Más que tomarse el poder quieren desestabilizarlo, generar caos, sin importar “las realidades materiales” del país. En una diapositiva de su presentación, López hace una cronología de estos movimientos que saltan de las FARC y la ETA al Ejército Zapatista o al movimiento español Podemos. Una mirada que encaja a la medida en la ideología uribista, donde defensores de derechos humanos han sido tildados de guerrilleros, y que justifica el uso de la fuerza contra todos los manifestantes.”

Según otros reportes de prensa que complementan lo que dice Osorio, para López Tapia «en Colombia hay una “deconstrucción”, un concepto que habla del supuesto adoctrinamiento de los jóvenes a través de sus estudios y de la información que consumen por internet, lo cual los acerca “al comunismo”. Y si no al comunismo por lo menos los vuelves títeres de las llamadas «revoluciones de colores». Para éste ideólogo fascista chileno, como para otros/as ideólogos de la ultraderecha latinoamericana (incluso quienes se disfrazan de críticos de izquierda), los movimientos rizomáticos de Latinoamérica son netos productos del financiamiento externo y la manipulación por las elites «globalistas» encabezadas por la clase financiera transnacional y por gente como George Soros o los Rothschild para llevar a cabo «revoluciones de colores». Con estos argumentos, que también contienen un fuerte componente antisemita, también le hacen eco a las ideas conspirativas de ideólogos nacional-populistas como Steve Bannon, Aleksandr Dugin, Thierry Meyssan y también se asemeja a los argumentos recientes de Wim Dierckxsens, un pensador otrora crítico que ahora acepta sin cuestión las teorías conspirativas de la ultraderecha mundial.

¿A qué, pues, se refiere López Tapia exactamente con su concepto de «Revolución Molecular Disipada»? Se trata, dijo en un conversatorio realizado por la Universidad Militar Nueva Granada, de “llevar a cabo un nuevo modelo de acción revolucionaria horizontal, que normaliza de manera gradual y cotidiana disposiciones y conductas en orden de alterar el estado de normalidad social del sistema dominante, con el objetivo de ser derogado y sustituido”.

En las décadas de los 1960s a los 1980s, con el desarrollo de las guerrillas urbanas (fundamentalmente en Sudamérica) y rurales (en Centroamérica), desde el triunfo de la Revolución cubana en 1959 hasta el triunfo de la Revolución sandinista en 1979, las luchas revolucionarias en Latinoamerica desplegaron una estrategia de «guerra de movimientos», algunas veces llamada guerra popular prolongada, que fue interpretada por las agencias de inteligencia de Estados Unidos y las escuelas militares en Latinoamérica como una estrategia de «guerra de baja intensidad». En el caso de Guatemala la respuesta del Estado a esta estrategia revolucionaria fue la estrategia de la «tierra arrasada», represión masiva y, eventualmente, el genocidio del pueblo indígena Ixil.

Con la llamada «transición a la democracia» de los 1980s cambia completamente el terreno de luchas y empieza a transferirse de la clandestinidad a las esferas púbicas, de las organizaciones político-militares a los partidos políticos y de los grupos subalternos tradicionales (obreros, campesinos y el llamado «movimiento popular») a nuevos grupos subalternos en las recientemente constituidas sociedades civiles de la región. Es obvio que en este nuevo contexto también se requiere de una nueva estrategia de lucha. En los 1980s ésta estrategia empieza a tomar la forma de la lucha por lo derechos humanos, en los 1990s se expande y toma la forma de luchas por los derechos étnicos y los derechos de género y, más recientemente, las luchas por el derecho a la diferencia y diversidad sexual. Aunque las formas más tradicionales de lucha no han sido abandonadas para nada, las mismas adquieren nuevos significados en el nuevo escenario de las contestaciones.

En teoría el desarrollo de nuevas formas de lucha va acompañado de una crítica al marxismo-leninismo, el auge del posmodernismo y, en Latinoamérica, su crítica a las grandes narrativas imperialistas y colonialistas de Europa, un impacto más amplio y profundo del feminismo (sobre todo entre la juventud), el auge y amplia diseminación de los estudios culturales y los estudios subalternos y, más recientemente, de los estudios descoloniales o poscoloniales que se han vuelto una nueva moda académica en toda la región. Mucho de esto como un legado o como desarrollos paralelos a los eventos que se dieron en 1968 tanto en Europa como en Latinoamérica incluyendo el desarrollo de la «New Left», el posestructuralismo, la desconstrucción y eventualmente el posmodernismo. De hecho, en 1977 Félix Guatari habría de publicar su trabajo La revolución molecular como una contribución a repensar la tesis clásica de la lucha de clases. Por supuesto que la caída del Muro de Berlín vino a confirmar muchas de estas tendencias contradictorias tanto hacia nuevas formas de combate ideológico desde los márgenes incluyendo el surgimiento de los llamados «nuevos movimientos sociales» que en muchas fomas han llevado a nuevas formas de teorización y emancipación como hacia la idea de la posverdad y la poshistoria, el fragmento y la dispersión como si esto fuera la «condición» natural de la posmodernidad.

En términos gramscianos, la nueva estrategia de lucha que surge de todo esto es la «guerra de posiciones», una lucha que ocurre en los mismos poros capilares de la sociedad civil donde se produce la hegemonía y las formas subalternistas de transformismo y revolución pasiva que la misma genera y permite. Esta es la lucha que ahora es concebida por los agitadores/as del fascismo del siglo XXI y por agentes e ideólogos de regímenes conservadores o restauradores en Latinoamérica, prestando y distorsionando el lenguaje de la teoría crítica, como una «Revolución Molecular Disipada.» Los grandes alzamientos de ciudadanías indignadas que han venido ocurriendo desde el Movimiento 15-M en España en 2011 hasta el Estallido Social en Chile en octubre de 2019 y su demanda por la dignidad, la inclusión y en algunos casos la Refundación – algo que Piñera calificó como «un enemigo poderoso» – han confirmado la visión reaccionaria de esta nueva tesis molecular de la seguridad nacional.

Ahora bien, siguiendo a Camila Osorio, “lo más interesante del nuevo ideólogo es que López ha dicho que su concepto no se lo inventó él, sino filósofos franceses como Jacques Derrida, Michel Foucault, Gilles Deleuze y el psicoanalista Felix Guattari, este último autor de un libro llamado Revolución Molecular (1977).” Pero al leer los originales, “queda claro que quizás no haya peor lector de los pensadores franceses que el entomólogo Alexis López.”

La filósofa colombiana Laura Quintana tiene mucha razón cuando analiza la propuesta de López Tapia. Como lo resume Camila Osorio: “Es una lectura muy trastocada y deformada de lo que implica la revolución molecular para Guattari o para Deleuze”, asegura Laura Quintana, profesora de filosofía en la Universidad de los Andes. “En realidad, lo que Deleuze y Guattari captaron son la manera en la que los poderes oprimen, que está relacionada con la forma en la que esos poderes logran capturar nuestro deseo, y hacen que nuestro deseo desee la represión. Lo que la revolución molecular indica es que para cambiar políticamente, para transformarnos, necesitamos cambiar cómo se configuran nuestros deseos, cómo se configuran nuestros afectos, cómo nuestros cuerpos sienten lo que sienten. Esa noción está vinculada a pensar que el cambio político supone un cambio en la subjetividad”.

Ahora, es importante agregar un elemento a esta interesante discusión sobre la “Revolución Molecular Disipada”. Gramsci utilizó la noción de “lo capilar” que, aunque no es lo mismo que la noción de lo molecular, se propone visibilizar la forma en que la hegemonía construye subjetividad o lleva a la subjetivación desde dentro de la sociedad civil misma. Lo que el concepto explica es la construcción de sujeto, ciudadanía y sociedad civil como formas capilares, moleculares y orgánicas de construir, consolidar y reproducir el proceso hegemónico. Aunque todo proceso hegemónico siempre requiere de grandes inversiones de ideología y propaganda a partir de arriba, de los niveles “superestructurales”, para lograr la “imposibilidad de la desintegración interna” del sistema establecido de realidad o bloque histórico existente, el uso de la propaganda o del mero espectáculo ideológico se queda corto como medio para asegurar el proceso hegemónico o solventar una crisis de hegemonía. Gramsci, de modo similar a Foucault, Deleuze y Guattari, propone el concepto de lo capilar para entender los procesos micropolíticos, subjetivos o subjetivantes, psicológicos y culturales para entender la efectividad del poder, la operación hegemónica en las zonas capilares o puntos de hegemonía donde el sistema ejerce y se vive con mayor intensidad, y para entender también su enorme capacidad de resistencia y restauración en casos de crisis hegemónica. Con el concepto de lo capilar podemos entender cómo el poder de elites colonialistas, extractivistas, depredadoras y patriarcales hace que el deseo de los/as subalternos/as sea, precisamente, la subalternidad y la dominación. Este concepto, por tanto, nos provee las bases de un modelo analítico más complejo para explicar las políticas hegemonizantes o restauradoras o las acciones emancipadoras que requiere la coyuntura histórica presente.

Es, sin embargo, preciso desarrollar el concepto de lo molecular, pero por supuesto que no en la dirección de López Tapia. Necesitamos seguir avanzando en los procesos de construcción de articulaciones destituyentes y construcción de poderes contrahegemónicos y constituyentes desde abajo. El concepto de lo molecular, como el de lo capilar y el de lo orgánico, nos puede servir para visibilizar las áreas de más efecto hegemónico y, por tanto, las áreas de la praxis emancipadora que es más fácil ignorar cuando nos preocupan y absorben los problemas más visibles y urgentes.

Con base en su reseña del libro “Molecular Red” de McKenzie Wark, podemos seguir a Žižek y decir: “Debemos entonces ir más allá de la oposición Deleuziana entre molecular y molar, que por último reduce el nivel molar a un teatro sombrío de representaciones, en relación a un nivel molecular de productividad actual y experiencia de vida. Es verdad, la fisura metabólica es operativa y sólo puede ser establecida a un nivel molecular «más bajo», pero este nivel molecular es tan bajo que no es perceptible no sólo a las grandes políticas «molares» o a las luchas sociales, sino también a las más elementales formas de la experiencia. Sólo puede ser accedida mediante «alta» teoría—un tipo de auto-invertido revés, es sólo mediante lo más alto que llegamos a lo más bajo.” Es, pues, al nivel de lo molecular que debemos implementar una revolución moral e intelelctual (palabras de Gramsci), pero para visibilizar los objetivos y las estrategias necesitamos «lo más alto» de la teoría para llegar a «lo más bajo» – lo molecular – de la dominación hegemónica.


Marco Fonseca es Doctor en Filosofía Política y Estudios Latinoamericanos por parte de la York University. Actualmente es instructor en el Departamento de Estudios Internacionales de Glendon College, York University. Su libro más reciente se titula «Gramsci’s Critique of Civil Society. Towards a New Concept of Hegemony» (https://goo.gl/Oeh4dG).

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Colprensa (Colprensa) Álvaro Uribe Vélez, expresidente colombiano.

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