«¡Audacia, más audacia y siempre audacia!»

«¡Audacia, más audacia y siempre audacia!»
Marco Fonseca

Hay aciertos y desaciertos en la pieza titulada «La victoria oligárquica 2015» que Mario Roberto Morales publicó recientemente en elPeriódico.

Como lo demuestra el trabajo de Luis Solano, la Alianza para la Prosperidad no es, realmente, un plan nuevo. Es, más bien, el viejo Plan Puebla Panamá en forma nueva. Todo ésto ciertamente forma parte de una geo-política gringa que, a su vez, forma parte de una estrategia neoliberal y globalizadora más grande. Además, en el caso de Centroamérica, tiene la tarea agregada de cumplir funciones que van desde la neutralización de la migración ilegal y el tráfico de drogas hasta la contención de ALBA, los BRICS y la influencia China. En eso tiene razón Mario Roberto Morales.

Pero nada de lo que ha ocurrido en Guatemala en tan solo seis meses de abril a septiembre obedece a un plan o un guión – al estilo Dr. Evil – que «la oligarquía» local ha simplemente seguido al pie de la letra y sin ninguna autonomía local. La defensa que Morales hace de Baldizón como un «impresentable» e incluso como un adversario de «la oligarquía» – ese grupo amorfo de dominación que mucha gente menciona pero que poca gente logra identificar a cabalidad – está equivocada. Baldizón representaba – y en alguna medida sigue representando – a un grupo de poder regional que, como es la lógica de las luchas intra-elitistas, se propuso desafiar al poder de las élites nacionales organizadas – aunque no sin sus propias tensiones y contradicciones – en torno al Cacif. Pero esto no quiere decir que Baldizón no es un neoliberal y, en última instancia, un servilista de EE.UU. y las transnacionales. Todo lo contrario: de haber sido electo hubiera tenido menos obstáculos que Morales para implementar una agenda de austeridad, de neoliberalismo extractivo y de apoyo al Plan para la Prosperidad siempre y cuando la misma resultara en beneficios para sus intereses y para su región.

Por su parte, Jimmy Morales no representa la anti-política sino que, más bien, la política conservadora más reaccionaria de Guatemala. Aunque su figura permitió la restauración de un grupo de poder que hasta hoy había estado altamente desacreditado y, en alguna medida, al margen del sistema partidista, su victoria electoral no es un «golpe blando» sino un resultado perfecto de lo que es el proceso hegemónico y su mediación por un sistema electoral que permite recambios que no cambian nada. Si con la llegada de Morales Guatemala retrocede años en su evolución política, ello al mismo tiempo le compra tiempo a un modelo de dominación que sin embargo está en crisis hegemónica. Ese es el peligro que representa Morales y todo aquel discurso de «colaboración» o «renovación» que vea en la propuesta del FCN algo con lo que se pueda trabajar. Pero no es golpe blando para nada, ni contra Morales ni contra Baldizón. Es hegemonía.

Hay que decir esto con claridad: Guatemala no constituye un escenario de lucha geoestratégico como lo supone Morales. Simplemente no tiene esa importancia en la mira imperial de EE.UU. Lo que sí hay en Guatemala, por supuesto, son fuerzas transnacionales que operan como lo hacen en otras latitudes y que se plantean establecer sistemas de explotación, extracción y exclusión como se hace en otros lados. Por ejemplo, como lo ha demostrado Rodrigo Véliz, EE.UU. le dio alguna importancia a la exclusión de China y su posible participación en la compañía Jaguar Energy. Todo ello indica, obviamente, que Guatemala sí tiene algunos recursos naturales que están siendo extraídos por transnacionales para el beneficio extranjero o para el beneficio de los sectores económicos y las actividades extractivas más claramente vinculadas a la globalización. Pero hay también en Guatemala lógicas políticas, económicas y sociales internas que juegan su papel autonómo y eso es lo que se reveló en la crisis de gobierno – por el desborde de la corrupción – que dio lugar al Evento de la protesta ciudadana en abril de 2015 (algo que Mario Roberto Morales todavía tiene problemas entendiendo) y la aun más profunda crisis de hegemonía que, aunque sigue subyaciendo a la transicion de gobierno, no permitió la transformacion de la protesta ciudadana en proyecto refundador. Por lo menos no todavía.

Como ya lo hemos dichos repetidas veces, La Embajada llegó tarde al proceso de protesta ciudadana, llegó para cerciorarse de que el movimiento se circunscribiera a la lucha contra la corrupción y la transparencia en la sociedad política y el Estado y, una vez allí, se dio cuenta de que no hubo necesidad de timonear la protesta y convertirla en una «revolución de colores» blanco y azul. Eso, aparte del hecho mismo de que el gobierno de OPM no fue y nunca se propuso ser una amenaza contra los intereses de EE.UU. en Centroamérica. No fue un gobierno refundador al estilo de Chávez/Maduro, Correa o Evo Morales y ni siquiera al estilo diluido de Salvador Sánchez Cerén o Daniel Ortega. Junto a Honduras, Guatemala bajo OPM estuvo perfectamente plegada a las políticas regionales de EE.UU. y ello convierte, desde un principio, el argumento de que la protesta ciudadana constituyó una «revolución de colores» en una idea totalmente anacrónica. Encima de todo la misma protesta ciudadana se auto-limitó a la lucha contra la corrupción y por la renuncia del gobierno corrupto de OPM y, debido a ello, la misma protesta ciudadana evitó, por si acaso había que evitarlo, la necesidad de convertirse desde adentro en una «revolución de colores». Pero, de nuevo, ello no quiere decir que no haya habido un potencial más radical, más jacobino y más refundador en la protesta ciudadana aunque el mismo no haya surgido desde su propio interior y sus múltiples vertientes de contestación y lucha política, particularmente las más radicales. Porque sí lo hubo y ello puso a mucha gente, incluyendo al extremo centrismo, en el avispero ideológico de qué hacer y cómo timonear el proceso en la vía ya sea de la «renovación» (la propuesta de Fuentes Knight y Torres-Rivas) o la «restauración» (la propuesta de la clase política buscando reacomodos después de la debacle del PP y que eventualmente devino en la encarnación hegemónica de Jimmy Morales). Todavía creo que la protesta ciudadana está en sus principios, de que «esto apenas empieza» y espero con ansiedad y mucha anticipación la segunda etapa de la misma.

Así que no podemos hablar de que la salida del sistema corrupto de «la oligarquía» yace en construir una «sociedad civil» alternativa y, muchos menos, en «democratizar el capitalismo» local. Ese argumento, que Morales ha venido ofreciendo en los últimos diez años, el argumento de que supuestamente hace falta en países como Guatemala desarrollar realmente un capitalismo liberal, está fundamentalmente equivocado y basado en un análisis erróneo de que todavía hay que llevar a cabo la revolucón democrático-burguesa para llegar a algo más radical. Como lo demuestra el pensamiento de Lenin y, más aun, el pensamiento de Gramsci, lo que tenemos que hacer es aplicar el principio de Danton muchas veces repetido por Engels: «¡audacia, más audacia y siempre audacia!».

Vamos patria hacia la #RefundaciónYa

Marco Fonseca es Doctor en Filosofía Política y Estudios Latinoamericanos por parte de la York University. Actualmente es profesor adjunto en el Departamento de Estudios Internacionales de Glendon College, York University.

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